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Crítica:CRÍTICA | CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Homenaje a Sinopoli

En el primero de los conciertos de primavera, la Sinfonía nº 6 de Mahler se tocó in memoriam de Giuseppe Sinopoli: fue ésta la obra que interpretó en su última visita al Palau, pocos meses antes morir, de un ataque al corazón, cuando dirigía Aida en la Deutsche Oper de Berlín (20 de abril de 2001). Llevó la batuta esta vez Valery Gergiev, quien en Valencia sólo había hecho antes repertorio ruso. Pero había razones para esperar buenos resultados. Una obra de tales dimensiones requiere un director con experiencia en el formato grande, y el ruso la tiene, aunque haya estado más centrado en el campo operístico. La Sexta, por otro lado, a pesar de su raigambre centroeuropea, es una obra abierta y universal. No exige un especial idiomatismo. Todo está desnudo en ella, todo se ve muy claro: el desastre empieza en el primer compás y acaba en el último. Sólo hace falta mantener la tensión de ese abismo durante hora y media. Sólo hace falta sostener la angustia. Lo cual no es poco.

Sexta sinfonía de Mahler

Orquesta del Teatro Mariinski de San Petersburgo. Director: Valery Gergiev. Obras de Shostakóvich y Mahler. Piano: Alexander Toradze. Palau de la Música. Valencia, 21 de marzo de 2002.

Del vigor de Gergiev para conseguirlo, sin embargo, es difícil dudar. Se trata de uno de esos directores capaces de tener en vilo a la orquesta y, con ella, al público. Tanto es así que, incluso el remanso del Andante estuvo salpicado de presagios amenazadores y recuerdos poco tranquilizantes. Ciertamente, la versión de Sinopoli en la misma sala fue un punto más introspectiva y, si se quiere, más sofisticada. La sonoridad de la Staatskapelle de Dresde es diferente, desde luego, a la del Kirov. Pero no puede negarse que, también esta vez, hubo refinamiento cuando se requería. Y se derrochó asimismo energía -energía destructiva, como pide la obra- todo el tiempo. Los potentes metales estuvieron controlados, sin reforzar la leyenda negra de los cobres rusos. El ritmo de marcha se mantuvo inflexible y despiadado, mucho más allá de lo que el original Revelge -de donde procede- demanda: aquí no se trata ya de una procesión de esqueletos, sino de un horror intemporal y abstracto. El Trio del Scherzo fue (Sinopoli también lo hizo así) la parodia de un Trio, porque todo -siempre pasa lo mismo en Mahler- es una especie de parodia descarnada de sí mismo. El Finale se escuchó tremendo, como corresponde. Máxime cuando se está recordando a un músico que murió antes de tiempo, y que había llevado la batuta hace unos cuantos meses, en el mismo escenario y con la misma obra.

El opus 35 de Sostakóvich, que precedió a la sinfonía, estuvo impecablemente expuesto por solistas y orquesta. Pero no me pareció una obra adecuada para esta sesión. Justamente porque es bonita, porque es risueña, porque es deliciosa. La Sexta de Mahler no es bonita, ni risueña, ni deliciosa. No casa bien con ese Concierto. Posiblemente no case bien con nada, puesto que la dislocación y la tragedia piden poca compañía. Y eso que Gergiev no se atrevió a tentar a la suerte y mantuvo suprimido -como en la revisión de Mahler- el último y fatídico golpe de martillo.

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