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Tribuna:
Tribuna
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Es el fin

Hay años capicúas en los que no está uno para nada, y me temo que éste va a ser uno de ellos. Lo avalan multitud de signos alarmantes que aún no siendo percibidos por el público en general, que suele estar en otras cosas, indican claramente la proximidad de la catástrofe. Ejemplos hay de toda clase y condición. Para empezar observen el estado de precariedad de nuestras defensas patrias. O sea, que los marines británicos, brújula oxidada en mano, invaden La Línea con el alcalde amenazando con echarles a la Guardia Civil, al más puro estilo García Berlanga, y desde el Palacio de Santa Cruz se nos asegura que no fue una invasión, sino un lamentable error. Pues menos mal que lo fue, porque de no serlo, ¿alguien duda de que no hubieran encontrado resistencia alguna, al menos hasta Covadonga, que es donde siempre los españoles solemos dar su merecido al invasor?

Pero es que, mientras todo ello ocurría, cerca de allí (de Covadonga, quiero decir), Botín aprovechaba el desconcierto general para hacerse con el poder (el de verdad), pertrechado con un 2,5% de las acciones y un grupo compacto de familiares, de primer y segundo grado de consanguinidad, ante la mirada atónita del accionista de base quien, si bien no entiende de culturas de gestión bancaria, por lo visto le va la marcha y le encanta el estilo autoritario de su jefe, el cual a su vez, como todo el mundo sabe, también es el de Aznar.

Alarmante ¿no?, pues, al mismo tiempo, en el otro extremo del mapa, el Pacífico occidental, Bush, en uno de sus habituales alardes de erudición discursiva, confundía devaluación con deflación, empujando así durante unas horas a los japoneses a vender sus yenes, sus empresas y hasta sus casas, como si del fin del mundo se tratara, demostrando, por cierto, una fe en su economía digna de mejor causa. Menos mal que en su casa neoyorkina Hillary Clinton, haciendo honor a su acreditada condición de demócrata progresista, le confirmaba a ese pacifista convencido, compendio de virtudes, que es Ariel Sharon, su profunda convicción de que Arafat, efectivamente, se parece mucho a un terrorista; seguramente porque, diplomática ella, pretendía quitar hierro a una situación ya de por sí bastante explosiva. Qué diferencia con España en donde Simón Peres hace saber al mundo entero que el futuro del Oriente Medio está, ¡oh, cielos!, en manos españolas, ante la sonrisa perpleja de Piqué, el cual, claro, cree que se trata de una broma, como la que le gastó Berlusconi poniéndole los cuernos (con un gesto de la mano, se entiende) en la reunión de ministros de Exteriores de la UE.

A todo esto, para desgracia de nuestra seguridad dinástica, el Príncipe Felipe, quien ya no se casa con la bella modelo noruega porque ésta no le gustaba a Peñafiel (aunque al resto de los mortales sí nos gustara), vaga sin rumbo fijo, de aquí para allá, buscando alternativas políticamente correctas, aunque ¡ay! carentes de la pasión propia de la juventud. Y es que, ya que hablamos de ello, también la juventud está (naturalmente, por culpa de los gobiernos socialistas) totalmente perdida y desorientada, sin valores ni reválidas que la metan en cintura, agarrados como náufragos, eso sí, a la única cultura que reconocen: la del botellón, como muy acertadamente se encargan de explicar con todo lujo de detalles los telediarios del Gobierno, que son ya casi todos. Y cuando, por fin, habían conseguido fijar su atención (la de los jóvenes) en un valiente y esforzado deportista de élite, de nombre Juanito, imbuido de la generosidad propia del espíritu olímpico, va y da positivo en el control antidoping. No me digan que no es mala suerte.

Claro que todo esto no es más que un juego de niños comparado con el proverbial antipatriotismo del PSOE, el cual no contento con impedir que Zaplana, ¡un español!, fuera presidente del Comité de las Regiones, no se le ocurre otra cosa que enviar a Felipe clandestinamente a Tánger, a entrevistarse con Yusuffi y Mohamed VI para poner en evidencia a España toda, y por lógica extensión a Aznar, que es su representante. ¡Menudo año nos están dando estos socialistas!

Claro que prodríamos pensar que, ante situación tan caótica, a los progresistas de verdad aún nos queda, al menos, Operación Triunfo (ya saben: por la humilde condición de sus ganadores, el esfuerzo y todo eso). Pues no señor, tampoco, porque miren por dónde ahora resulta que Operación Triunfo incorpora, precisamente, los valores que defiende el PP, según dice uno de sus diputados; también es puñetera casualidad. Pero, atención, porque en el pecado está la penitencia; ahora deberán asumir, con igual talante, que la eliminación de Chenoa y Tenorio es culpa suya. Hay que estar a las duras y a las maduras. Además, estoy seguro de que Rosa y Bisbal, en el fondo, son de izquierdas; para mortificación de Javier Arenas quien ya los veía, el muy ladino, militando en Nuevas Generaciones y les estaba preparando un curso de inmersión lingüística con términos como fenomenal, divinamente y o sea, para nada, entre otros, en lugar de los indecorosos pápa y muncho que suelen utilizar alguno de ellos, más propio de juventudes libertarias, izquierdistas y sin estudios.

Si a todo ello añadimos que Benítez nos castiga sin ver a Aimar lo que nos gustaría (sin duda por algo que habremos hecho mal, aunque no lo sepamos) y que a los economistas nadie nos quiere ya, como bien anticiparon los Brincos en su día, porque, según se dice, no damos una a derechas (sic), y se nos va cayendo un país tras otro, sin que sepamos explicar el por qué, comprenderán la profunda depresión en la que estamos, a pesar de tener un nuevo rector la mar de democrático; e incluso el que muchos de mis colegas universitarios prefieran pasar desapercibidos fingiendo que ejercen cualquier otra profesión considerada ahora honorable, como estilista, director de casting, monitor de aerobic o vocalista en bodas y comuniones. Por este camino, estoy seguro, llegará un tiempo en el que en Economía ocurra lo que ya ocurrió en su día con la publicidad y que llevó a Jacques Seguela, a titular un libro de esta guisa: No digas a mi madre que estoy en publicidad, ella me cree pianista en un burdel. Talmente.

En resumen, que el mundo está enloquecido, y además amenaza con ir a peor. ¿Necesitan una última prueba definitiva? Pues hela aquí; la suministró el lunes pasado TVE: Uribarri ha vuelto. Créanme, es el fin. Malditos capicúas.

Andrés García Reche es profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia.

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