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Reportaje:

Arte y voluntad

Un cordobés con síndrome de Down destaca como cantaor flamenco

A Manolo de Santa Cruz lo que más le gusta en la vida son los fandangos de Huelva y el fútbol. De mayor quiere ser cantaor y entrenador, a ser posible del F. C. Barcelona. Y si tiene que elegir, se lo piensa poco. 'Me quedo con el cante', dice. Manolo dedica muchas horas y mucho sentimiento a su pasión por el flamenco. Disfruta intensamente de la cercanía del público, y admira a El Cabrero, 'porque sus letras son verdad y porque canta con muchas agallas'. Además, padece el síndrome de Down. Pero eso es lo de menos.

Manolo tiene 18 años, y lleva más de cuatro esforzándose para sacar el máximo partido a su voz. Su arte empezó a sentirse en la escuela. 'Me gustaba tanto que cantaba hasta en el servicio', cuenta risueño. Recuerda que lo hacía 'más bien mal' cuando llegó al gabinete de su profesor, Francisco Solís (que es a la vez maestro, pedagogo, fonoaudiólogo y logopeda). Ahora canta estupendamente, aunque, confiesa con humildad, 'de vez en cuando me voy para arriba, vamos, que me voy del tono'. 'Hay días que nos pone los vellos de punta', señala Solís orgulloso.

Todos los lunes, Manolo, que se apellida Romero Camacho, pero que escogió como nombre artístico el de su pueblo, Santa Cruz, un sitio pequeño y tranquilo en la campiña cordobesa, viene a la capital a recibir sus clases. Una hora de cante, con Rafael Trenas a la guitarra, y media hora de ejercicios vocales, con Francisco Solís al mando. Le trae su padre, Manolo Romero también, que aprovecha para aprender a tocar la guitarra. 'En casa se oye mucho flamenco', cuenta Manolo hijo. Por las noches, cuando los dos han terminado su jornada, el padre en el campo, el hijo en el colegio María Montessori de Castro del Río, se sientan, cantan y tocan. Se ayudan a aprender. 'Los vecinos se molestan a veces', reconoce el chico, 'pero poco'.

La voz de Manolo es grave y poderosa. 'Estamos tratando de enseñarle a controlar sus emociones', advierte Solís. 'Cuando interpreta dos o tres temas profundos se desborda, pierde los estribos. Las personas con síndrome de Down suelen ser muy afectivas, pero también pueden ser muy disciplinadas, y en esa línea trabajamos', concluye el profesor.

Es, desde luego, un gran esfuerzo. Manolo despliega toda su voluntad para progresar. 'Lo que más trabajo me cuesta', dice, 'son los fandangos de Lucena'. Ha actuado ya dos veces para televisiones locales, y cuando se ve en los vídeos sopesa los aciertos y los errores. 'Cada día voy mejorando', dice sencillamente. A veces dedica las canciones a sus padres, que lo dan todo por él, o a su pueblo. A medias con Francisco Solís ha escrito unos fandangos que describen Santa Cruz como 'un diamante andaluz al que dedico mi sueño'.

El triunfo de la voz

Cuando Manolo dijo a sus padres que quería cantar en serio, ellos decidieron llevarlo al logopeda, 'a ver si podía ser', relata su madre, Rosario Camacho. Y sí que podía ser. Francisco Solís le realizó unas pruebas basadas en la discriminación auditiva: 'Queríamos ver si sabía identificar y localizar sonidos diferentes', aclara el profesor. El chico obtuvo excelentes resultados, con un margen de error entre el 1 y el 2%. 'Eso nos dio bastante confianza en sus posibilidades', indica Solís. Manolo de Santa Cruz tiene una gran resistencia. 'Cojo aire y lo mantengo aquí', dice, señalándose el estómago, duro como una piedra, 'sin echarlo para afuera'. Así puede emitir sonido durante cuatro minutos y 40 segundos, cosa que no hace cualquiera. Y todo a base de trabajar con la respiración, en concreto las 22 series de siete ejercicios que componen el método propio de Solís. 'El trabajo con Manolo', explica el profesor, 'es muy parecido al que hacemos con los demás estudiantes, sólo que vamos a otro ritmo'. Lo primero fue enseñarle a pronunciar a la perfección las cinco vocales, tanto en lo que toca a la gestualidad como en lo referente a la sonoridad. 'Luego se trata de que combine bien los sonidos consonánticos con los vocálicos, tanto para hablar como para cantar', remata Solís. 'Todos tenemos tendencia a imitar a los artistas que nos gustan', completa, 'y podemos, en algunos casos, ser capaces de emitir sonidos parecidos a los suyos'. Lo que no es tan fácil es controlar adecuadamente los órganos de fonación, y eso es lo que ha de aprender Manolo. 'Los niños con síndrome de Down suelen ser muy imitativos, y eso no es malo: pero él tiene que dominar su voz y sus emociones para sacar lo mejor de sí mismo'. Solís reivindica las enormes potencialidades de los seres humanos, en los que casi todo, dice, está por desarrollar. 'Con esfuerzo podemos llegar a ser verdaderos fenómenos de la naturaleza', defiende. A Francisco Solís suele tocarle desempeñar el papel de malo con Manolo. 'Sí, soy yo el que lo mira fijamente y lo obliga a vocalizar cuando se apasiona y se le olvida todo'. El chico sonríe y dice 'Tranquilo, Paco, que no pasa nada'.

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