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Crítica:TEATRO | Las criadas
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Algo más que una ceremonia

Jean Genet: ladrón, pederasta, preso, marginal y 'santo, comediante y mártir' según el título del enorme libro que le dedicó Jean Paul Sartre. Esta obra, Las criadas, fue la primera que estrenó, y sigue siendo, desde entonces, teatro de culto, mito, objeto de estudio: y ya lo fue la primera vez que llegó a Madrid, con un espléndido reparto y una dirección muy justa; alejada de los grandes circuitos.

En un principio, y muy visible, hay una dialéctica de amo y esclavo; partir de dos hermanas de servicio en casa de una señora -'madame', se repite en esta versión castellana, que no sé de quién es porque el programa lo oculta, lo cual no está bien- que la odian, desde su belleza y su riqueza y su elegancia hasta su talante. La odian hasta el punto de quererla imitar, de representar entre ellas cómo es la relación amo-esclavo, y matarse a sí mismas en representación de ella, para asumir a su enemigo, como los antropófagos la devoran para adquirir su ser odiado. Un punto más en este odio, y llegamos a la 'ceremonia' de Genet, de representar su propia muerte. Y él decía que de ninguna manera se debía confundir con 'un lamento acerca de la condición de las criadas'.

Siempre se puede sospechar de un autor que tiene que decir que su obra no es lo que se ve. A menos que se eleve el tono crítico y se diga que él mismo es la criada, que él mismo está imitando la vida de la sociedad de la que está marginado, y que se mata por matarla a ella: o vencido por ella. Pero esto es tan teórico como insistir en que es una 'ceremonia', o encontrarle una fijación académica clasificándola en el 'teatro de la crueldad' de Artaud. Se ve lo que se ve, se escucha lo que se dice, y en esta versión hay una escenografía casi catedralicia de armarios repletos de ropa y de zapatos de lujo, de espejos deliberadamente infieles -reflectantes pero deformantes, o inseguros: que la mirada no se aparte de los seres de carne y hueso: y voz-, un ahogo de flores, de lecho enorme, de baño: la catedral de madame y sus altares, y la referencia continua a monsieur, que sin duda ha construido esa catedral para su adoración -está en la cárcel, está saliendo de ella, va a volver a la casa-; y, al fin, está la señora misma, Maru Valdivielso, elegante, insinuando un desnudo del que se habla como blanco, mórbido; y el contraste de las criadas -Sánchez-Gijón, Suárez- de mal olor, de piel áspera: hermanas y enamoradas entre sí, y enamoradas de madame con su amor-odio.

Como estoy en el 2002, me importa menos lo que vi en París en otro tiempo y envuelto en otras condiciones literarias de una época de oro, y como vi a Genet en Tánger, fofo y mirón, situado en buenas esquinas de caza y en bares donde mil ofertas podían llegar cada hora sentado entre otros monstruos del teatro -Truman Capote, Tennessee Williams-, cada uno tan ceremonial como podía pero tan real en la vida como la vida les permitía. No sé tienen sucesores.

Con todo esto, es inevitable que vea esta obra dirigida por Mario Gas con movimientos reales en un escenario cuya grandeza no hace más que levantar la diferencia entre el lujo y la pobreza servil y humilde; como en otras obras de Genet tengo que ver el negro y el moro, el preso y su guardián, la dueña de la casa de putas y sus chicas: un relato de una sociedad que lo encarceló por transgredirla en la vida y lo premió con el dinero y la fama y un lugar al sol de la historia por transgredirla, finalmente, en el teatro.

El éxito estaba hecho en el estreno, y espero que para mucho tiempo: las chicas de cine hacen bien el teatro, y si no tienen voz teatral puede que sea mejor, y sus compañeros estaban en las butacas para aplaudirlas y gritarlas. Hicieron bien. Se repetirá en los días 'de taquilla', si es que la gente acepta entender lo sencillo y natural de lo que hoy es una obra social con una calidad de lenguaje y un sentido teatral extraordinarios.

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