Disidencia
Lo más estimulante de la cuestión del botellón es lo que se le está viniendo encima a este Gobierno reaccionario y clasista, que en Madrid ocupa por partida doble las más altas instituciones. A mí me da que van a ir por ovejas y van a salir trasquilados. Porque tengo la impresión de que infravaloran la capacidad de la gente, sobre todo si tienen menos de 25 años. Es una actitud paternalista muy contradictoria, teniendo en cuenta que se trata, a esa edad, de personas que ellos mismos consideran casaderas, con lo que esto supone de punto de maduración para afrontar, por ejemplo, la educación de unos posibles hijos. Lo que no quiere ver el Gobierno es que, así como sus hijas se casan a los 20 años, una gran mayoría de las veinteañeras españolas están en otra cosa, para nuestra fortuna. Entre el ruido del botellón, el de las descargas policiales y el de la discusión oportunista elevada a cuestión de Estado para que no se oigan otros ruidos peores, el Gobierno no ha oído el murmullo que traen de fondo los jóvenes que se sientan en las plazas y en los parques. Pero ya que han ido a por ellos, sospecho que los van a encontrar.
Resulta que detrás de esos jóvenes que, a simple vista, nos quieren hacer creer que están idiotizados, narcotizados y sucios, veo venir un movimiento de respuesta hacia un sistema despreciable que empieza a hacer aguas. Y el espacio de la respuesta siempre ha sido la calle. Esos policías nacionales y municipales que se apalean entre ellos, escena de la que pudimos disfrutar hace pocos días ante la puerta misma del Ayuntamiento, están ya preparados para cargar contra el macrobotellón convocado para salir hoy de la plaza da Chueca a la del Dos de Mayo. Pero esos policías, en patética guerra civil, no cargan contra la ingesta masiva y organizada de alcohol de las terrazas de verano, que dan tanto dinero; ni contra los que llenan la ciudad de porquería cuando hay fútbol, que da tanto dinero; ni contra los consumidores de cocaína ilegal, que da tanto dinero, que aparecen a diario en televisión, que da tanto dinero, contándonos con quién se acuesta la gente; ni contra los constructores que han destrozado la costa para que se alcoholicen los turistas, que dan tanto dinero; ni contra los mozos y mozas borrachos que maltratan animales en ciertas fiestas populares, que dan tanto dinero, ni contra los pijos de varias generaciones que consumen todo tipo de sustancias legales e ilegales, que dan tanto dinero, en las discotecas bien, que dan tanto dinero. El botellón es ruidoso, sí, pero sobre todo es un mal negocio.
La policía no carga contra el ministerio que manda aviones a la guerra sin informar al Congreso; ni carga contra los ministros mentirosos que se inventan extraños contubernios para desprestigiar a la oposición; ni carga contra un Senado inútil y caro, silencioso de puro muerto; ni carga contra unos juzgados en los que puedes poner decenas de denuncias por amenazas antes de ser asesinada; ni carga contra la plaza de toros de Las Ventas cuando está infestada de esa jauría de humanos torturadores. 'Pero no podrán quitarnos todo. Nos están quitando la educación (LOU), el trabajo (reforma laboral), Internet (LSSI), la naturaleza (Trasvases), etcétera. Y ahora también pretenden quitarnos la calle', dice la Agrupación de Estudiantes por la Toma del Dos de Mayo (Universidad Autónoma de Madrid) en el comunicado para la convocatoria de esta noche que el Gobierno podía tomarse la molestia de leer.
Aunque sería un deber de su cargo, digo tomarse la molestia simplemente por su bien. Por la que me da a mí en la nariz que se le viene encima. Porque todo lo anterior, muy parcial y brevemente expuesto, no es más que una aproximación al panorama social con el que se encuentran los ruidosos chicos y chicas del botellón. ¿Qué autoridad moral tiene esta sociedad del consumo, la publicidad y la violencia para convencer a sus nuevas generaciones de que tienen que portarse bien? ¡Si ni siquiera tienen en la calle contenedores de basura y urinarios! En la calle que es suya. Y también, desde luego, de unos vecinos que tienen derecho a su tranquilidad. Pero a base de porrazos crecerá el estruendo de la disidencia, que es la que está detrás del ruido del botellón. Con los preparativos de las bodas católicas veinteañeras no se enteran de lo que hay: jóvenes rebeldes, hartos, coherentes.
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