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AJEDREZ | SIETE ASES EN LINARES (V)

Ivanchuk: sabio sin corona

Para muchos, su talento es incluso mayor que el de Gari Kaspárov; además, se entrena como nadie, diez horas diarias. Instalado entre los mejores desde 1989, el ucranio Vasili Ivanchuk va a cumplir los 33 años sin haber sido campeón del mundo. La respuesta se halla en sus frágiles nervios, que lastran su genialidad. Es un sabio distraído, simpático e imprevisible. Ha ganado tres veces el torneo de Linares, y es capaz de hacerlo otra vez, pero también puede quedar el último.

Su pose en el escenario ya forma parte de la tradición del Wimbledon del ajedrez: con la cabeza girada hacia el público, Ivanchuk piensa su próxima jugada con frecuencia sin mirar al tablero. Las piezas y las casillas, como las palabras de un idioma materno, están fijadas en su mente. No tiene nada que envidiar a nadie en cuanto a profundidad estratégica, precisión táctica, creatividad, capacidad de cálculo y conocimientos técnicos.

La estabilidad psicológica es su problema. Los asiduos no se sorprenderán si se tropieza con algo en su camino al escenario, o si al llegar a él se sienta en la silla de otro jugador. No sería la primera vez que empieza el torneo arrasando y se hunde en la segunda vuelta, o viceversa. Ivanchuk es sinónimo de irregular y antónimo de calma.

Tampoco ganó nunca el Mundial juvenil -aunque sí el Europeo, en 1986-, pero no había cumplido los 20 años cuando triunfó por primera vez en Linares (1989), invicto y superando a Anatoli Kárpov, entre otros. En la ceremonia de clausura recibió una enorme ovación: durante los quince días anteriores se había ganado la simpatía de los vecinos, que le vieron por las mañanas jugando con los niños o cantando mientras correteaba por la ciudad. Tras la entrega de premios, Ivanchuk se sintió obligado a corresponder a tanta amabilidad, superó momentáneamente su timidez y entonó con buena voz un par de canciones de Ucrania. Para entonces, ya se conocía el certero pronóstico de Kárpov: "Ivanchuk será campeón del mundo si sus nervios se lo permiten".

Más meritoria aún fue su victoria de 1991, otra vez invicto a pesar de que allí estaban Gari Kaspárov, Kárpov, Viswanathan Anand y casi todas las estrellas del momento. Todo le iba bien, incluido su matrimonio con la rusa Alisa Galliámova, subcampeona del mundo años después. Pero entonces conoció la faceta dramática del deporte. Ocurrió en Bruselas, en julio de 1991, pocos días después de aparecer en el 2º puesto de la lista mundial: Ivanchuk sólo necesitaba el empate en la última partida de los octavos de final del Torneo de Candidatos, frente al entonces ruso (y hoy alemán) Ártur Yusúpov; pero no soportó la tensión, perdió esa partida y también el desempate.

Aunque fue un golpe muy duro, lo superó y ganó otra vez el primer premio de Linares en 1995, de nuevo invicto. Pero entonces recibió otro, su divorcio, que se tradujo en un periodo de crisis hasta el fin del siglo, si se puede hablar de crisis cuando alguien sigue estando entre los diez mejores del mundo.

Hace dos meses, todo indicaba que la edad había hecho por fin su labor, aplacando los nervios del genial ucranio. Llegó de forma muy convincente hasta las semifinales del Mundial de Moscú y derrotó entonces a Anand, el campeón vigente. Pero en enero se agarrotó de nuevo ante su compatriota Ruslan Ponomáriov, y perdió la final. En su última entrevista, Ivanchuk replica con dureza a quienes afirman que ya nunca será capaz de ganar la corona. Ciertamente, la edad puede otorgar equilibrio, y su talento es aún joven, pero apostar por Ivanchuk en la edición de Linares que comienza el sábado es como jugarse una fortuna a rojo o negro en la ruleta. Lo único seguro es que nadie se aburrirá observándole.

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