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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sonidos del Mahler popular en Viena

El concierto de la Filarmónica de Múnich, dirigida por James Levine, marca uno de los puntos más altos de la actual temporada dentro del campo sinfónico. Esta orquesta es, en la historia y en la vida europea de más de un siglo, una de las piezas imprescindibles y superlativamente admirables. A ello contribuyeron una serie de maestros titulares de primer orden, desde Zumpe, Löwe y Weingertner hasta Sergiu Celibidache, quien sucedió a Kempe. Levine ocupó el puesto en la temporada 1999-2000. Entre tantas fechas gloriosas que rubrican la significación de la Filarmónica de Múnich recordaremos hoy los estrenos de las Sinfonías y con Mahler al frente en 1901 y 1910 y La canción de la Tierra en noviembre de 1911.

Ciclo Orquestas del Mundo

Münchner Philharmoniker. Director: James Levine. Solista: H. Grant-Murphy, soprano. Sinfonías: Cuarta de Gustav Mahler y Novena, de Franz Schubert. Auditorio Nacional de Música. Madrid, 9 de febrero.

Sería ingenuo buscar en estas circunstancias históricas la validez y naturalidad con la que Levine y los filarmónicos muniqueses hicieron la Sinfonía nº 4, en sol mayor, cuyo final cantó y pronunció con singular encanto Heidi Grant-Murphy, del Metropolitan de Nueva York. El mismo Levine, un superdotado nacido en Cincinnati en 1943, estuvo desde joven cerca de maestros centroeuropeos como el alemán Max Rudolf o el húngaro George Szell.

El entendimiento de cuanto es y expresa la Cuarta sinfonía me pareció modélico en su planteamiento y en su realización. Escuchamos al Mahler vienés, atento a los ambientes de la ciudad, a los temillas tradicionales, a los aires de vals y otras recordaciones de la ciudad. Este Mahler, preciso, bien delineado, explicado con meridianas luces en su arquitectura lírico-dramática, llegó a todos, conmovió y provocó una explosión entusiasta. No fue menor la conseguida por lo que podríamos llamar el comienzo de la historia, la Sinfonía en do, 'de divinas longitudes', sin la cual resultaría difícil entender ni a Bruckner ni a Mahler, ni en buena parte a Brahms.

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