Saber qué tenían que llevar
La conjura socialista fuerza a Zaplana al purgatorio de la reválida para ocupar el sillón de las regiones europeas y Pepe Bono se ofrece con su temario de argucias como tuno particular del aspirante
Bodas de alquiler
Suele ocurrir los fines de semana, también en la plaza de la Virgen, cuando empieza a caer la noche. A menudo hasta ocho parejas de novios se someten a las artes de un par de docenas de especialistas en reportajes de boda, que funcionan en trío. El foto fija, el cámara de vídeo y la señorita -suele ser una señorita- que hace de script-girl. Es siempre la mejor vestida. Esos expertos colocan a los novios ante la entrada de la Basílica o apoyados en la fuente que apesta a zotal, la novia enjuga en su cola de dos metros centenares de cagadas de palomas, el novio ensaya una desvaída sonrisa enamorada mientras el charol de sus zapatos deslumbra a las palomas dormidas, y luego los artistas se reponen en el bar de la esquina tirando de carajillos mientras los novios se montan en el auto alquilado por los padrinos para tomar la noche en la alcoba de su vivienda vacía y nueva.
Un pedestal portátil
¿Queda algo de Mersault? ¿Y de Camus? ¿Dónde están los inconformistas de corazón que precocinaban la rebeldía permanente? Cuando se cumplen 60 tacos de El Extranjero, ese relato de propósito inaugural donde el protagonista en primera persona entierra sin emoción ni pesadumbre a su madre, hace el amor casto con una mujer a la que no quiere, dispara contra un árabe desconocido en un playa cegada por el sol y desea -'para que todo sea consumado'- que el día de su ejecución los espectadores lo acojan con gritos de odio, es hora de mencionar sus numerosas trampas narrativas. Sartre, que hacía novelas mucho peores, dijo en su revista que era como contemplar la vida a través de un cristal con la intención de no comprender nada. Se ven los gestos, pero no se oyen las palabras. ¿Teología del absurdo? Costumbrismo bíblico salpicado aquí y allá de sucesos arbitrarios con mensaje. Y la prosa, cariño, qué apresurada ostentación de estilo sin estilo.
A despecho del inglés
Supongamos que se adentra en unos grandes almacenes para una compra todavía indeterminada y ve avanzar hacia usted a un sonriente tipo a lo Eduardo Zaplana. Lo más seguro es que piense que tratan de embaucarle en una operación en la que el vendedor obsequioso habrá de obtener mayor beneficio que usted como cliente. Pero esa infundada sospecha no es razón suficiente para que tan alegre empleado sufra el desdén de verse preterido en su deseo de ejercer también en la sucursal de Bruselas, bastante más abierta a Europa que la propia capital madrileña. Tanto más cuando el candidato reúne la desenvoltura del primer John Travolta, el anciano regocijo de José Luis Moreno y sus muñecos, el bronceado militante de Julio Iglesias. Y todo a favor de un tal Albert Gore, o Bore, o Borde, sociata inglés de mierda que ni siquiera veranea en Benidorm.
Amigos de autobús
Subirse al trayecto crepuscular de fin de semana en la circunvalación que promete la línea 5 es algo de lo más estimulante, a condición de que el viajero, aunque perezoso cuando concluye el domingo, permanezca atento a la pantalla. A ese tiovivo de dirección única se suma -vencida la torpe arquitectura de San Agustín- un goteo de ancianos de no más de tres paradas que se conocen por frecuentar ese prodigio, se saludan, se interesan por sus achaques, con la confianza depositada en la costumbre, y se despiden pronto porque apenas tienen tiempo para incorporarse y solicitar parada. Son fieles y melancólicos amigos de autobús, que lo mismo sólo se ven en lo que dura el transporte entre la fachada de la Fnac y la sombra de las Torres de Serranos. Pero se quieren, se hablan, se esperan. Está por hacer toda esa sociología del bus urbano en las tardes que clausuran los fines de semana.
Un gay practicante
La Iglesia Católica, y otras confesiones religiosas, debería estar orgullosa de su notable contribución al descubrimiento de la orientación homosexual que miles de jóvenes del mundo hallaron tras los muros de sus seminarios, allanando muchas veces con su loable sentido de la anticipación el camino hacia la felicidad personal. Es, tal vez, una de las facetas de su magisterio que mayor número de vocaciones verdaderas ha despertado. Pero la institución no está por la dicha que proporciona la paz con uno mismo, de modo que atormenta a sus fieles -sin exonerar de esa monserga a sus infieles- con toda clase de represalias crudelísimas a cuenta de supuestos desórdenes morales y demás prácticas contra natura. Como si el orden moral que propugnan no fuera de naturaleza mórbida, como si el hábitat que acotan como natura se hubiera sometido jamás al herrumbroso rosario de sus dictados obsesivos.Un pedestal portátil
¿Queda algo de Mersault? ¿Y de Camus? ¿Dónde están los inconformistas de corazón que precocinaban la rebeldía permanente? Cuando se cumplen 60 tacos de El Extranjero, ese relato de propósito inaugural donde el protagonista en primera persona entierra sin emoción ni pesadumbre a su madre, hace el amor casto con una mujer a la que no quiere, dispara contra un árabe desconocido en un playa cegada por el sol y desea -'para que todo sea consumado'- que el día de su ejecución los espectadores lo acojan con gritos de odio, es hora de mencionar sus numerosas trampas narrativas. Sartre, que hacía novelas mucho peores, dijo en su revista que era como contemplar la vida a través de un cristal con la intención de no comprender nada. Se ven los gestos, pero no se oyen las palabras. ¿Teología del absurdo? Costumbrismo bíblico salpicado aquí y allá de sucesos arbitrarios con mensaje. Y la prosa, cariño, qué apresurada ostentación de estilo sin estilo.A despecho del inglés
Supongamos que se adentra en unos grandes almacenes para una compra todavía indeterminada y ve avanzar hacia usted a un sonriente tipo a lo Eduardo Zaplana. Lo más seguro es que piense que tratan de embaucarle en una operación en la que el vendedor obsequioso habrá de obtener mayor beneficio que usted como cliente. Pero esa infundada sospecha no es razón suficiente para que tan alegre empleado sufra el desdén de verse preterido en su deseo de ejercer también en la sucursal de Bruselas, bastante más abierta a Europa que la propia capital madrileña. Tanto más cuando el candidato reúne la desenvoltura del primer John Travolta, el anciano regocijo de José Luis Moreno y sus muñecos, el bronceado militante de Julio Iglesias. Y todo a favor de un tal Albert Gore, o Bore, o Borde, sociata inglés de mierda que ni siquiera veranea en Benidorm.Amigos de autobús
Subirse al trayecto crepuscular de fin de semana en la circunvalación que promete la línea 5 es algo de lo más estimulante, a condición de que el viajero, aunque perezoso cuando concluye el domingo, permanezca atento a la pantalla. A ese tiovivo de dirección única se suma -vencida la torpe arquitectura de San Agustín- un goteo de ancianos de no más de tres paradas que se conocen por frecuentar ese prodigio, se saludan, se interesan por sus achaques, con la confianza depositada en la costumbre, y se despiden pronto porque apenas tienen tiempo para incorporarse y solicitar parada. Son fieles y melancólicos amigos de autobús, que lo mismo sólo se ven en lo que dura el transporte entre la fachada de la Fnac y la sombra de las Torres de Serranos. Pero se quieren, se hablan, se esperan. Está por hacer toda esa sociología del bus urbano en las tardes que clausuran los fines de semana.
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