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Crónica:A pie de obra | TEATRO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Ceremonia secreta

Marcos Ordóñez

Uno. En 1946, Louis Jouvet lee La Tragédie des confidentes, la primera versión de Les Bonnes (Las criadas), del joven Jean Genet. Para mejor modelar su leyenda, Genet se las daba entonces de salvaje, un salvaje que no sabía nada de teatro. Falso: tras La Tragédie estaban ya Racine (la unidad de tiempo y acción, las pasiones fatales, la prosa flamboyante y casi litúrgica) y Strindberg (La señorita Julia) y, ya desde el título, Marivaux. Y Cocteau, por todas partes: el Cocteau de La machine à écrire y de aquella canción negra, Anna la bonne, en la que una criada envenenaba a su señora. Y Jouvet. Louis Jouvet, director del estreno, que le hace reescribir la obra, de arriba abajo: un solo acto, tres personajes en lugar de ocho, la acción en el boudoir. Un salvaje régimen de poda y reescritura que dura seis meses, el tiempo de los ensayos. Y, por favor, otro título: Les Bonnes. Genet acepta. La función, primera parte de un programa doble completado por L'Apollon de Bellac, de Giraudoux, se estrena en 1947, en el Théâtre de l'Athénée. Las criadas, por cierto, estaban interpretadas por dos amantes de Jouvet: la 'antigua', Monique Mélinand, y la 'nueva', Ivette Etievent, lo que hacía que en escena saltaran chispas. (Sólo hubiera faltado el propio Jouvet interpretando el papel de la Señora). El texto recibe una fría acogida, pero le vale a Genet el Prix de la Pléiade, fundado por Gallimard, para 'récompenser un nouvel auteur faisant preuve de qualités d'auteur classique', lo que debió divertir mucho a Jouvet.

Desde 1947, Les Bonnes se representó de muchas formas distintas. Tania Balachova, la maestra de Vitez, presentó la versión original en el Théâtre de la Huchette, en 1954; en 1957 fue un ballet en el Phoenix Theatre de Nueva York, acentuando su lectura homosexual. En 1965, un montaje del Living con Julian Beck como Claire, dirigido por su mujer, Judith Malina. Roland Monod lo convirtió en un misterio medieval, y Lindsay Kemp en casi un musical, a lo Rocky Horror Show. Infinitas lecturas, infinitas variaciones. A Jean Genet, sin embargo, no le gustaba Les Bonnes. Decía que era una obra aburrida, que se había quedado vieja. Dijo eso hasta finales de los sesenta, hasta la fulguración (primero en Barcelona, luego en Madrid) del montaje de Víctor García, Las criadas, un acontecimiento casi sacro, irrepetible, con Nuria Espert, Julieta Serrano y Mayrata O'Wisiedo, que pasearon la función por medio mundo y le hicieron cambiar radicalmente de opinión.

Dos. El montaje de Víctor García canonizó, por así decirlo, Las criadas. Elevó la obra a un cielo inalcanzable, dorado y sulfúrico, y la petrificó estéticamente, marcando unas pautas irrepetibles para sus sucesores: o aquello se hacía en estado de trance o no se hacía. Mario Gas se ha atrevido con Las criadas, y no sólo ha conseguido su mejor montaje de los últimos años, sino que además ha mostrado otra vía posible: dejar de lado el oratorio salvaje para optar por el thriller ceremonial. Sin renunciar al alto ritual, al vuelo demente que exige la prosa de Genet, ha sabido encontrar un sorprendente equilibrio entre el 'gran style' del texto y el naturalismo de su puesta en escena. El decorado parece una adecuada metáfora de esa combinación: los míticos, abstractos paneles de espejo, homenaje a Víctor García, se abren para revelar concretísimas hileras de zapatos de lujo y vestidos de noche; las armas -glamour y tacón afilado, afiladísimo- del poderío de la señora. En el montaje de Mario Gas, la tensión tiene la mezcla de lasitud sonámbula y amenaza inescapable de las peores pesadillas. Todo es concreto (brillos metálicos, objetos tangibles) y a la vez distorsionado y flotante, como un juego febril de tarde de sábado: dos niñas enfermas, delirantes, jugando a probarse vestidos de la madre ausente y planeando su muerte. Para atemperar los sentimientos asfixiantes en que se sustenta el texto (miedo, envidia, asco, odio y, lo peor, autoodio), Gas potencia el humor helado, los elementos de suspense (¿beberá el veneno la señora?) y la ternura secreta de los personajes: a ratos, el espectáculo recuerda un cuento cruel de Cortázar; en otros momentos hace pensar en un thriller de Fassbinder barnizado por Chabrol.

Otra de las bazas básicas del espectáculo es su reparto, un casting perfecto, de gran atractivo comercial y artístico. Solange y Claire son Aitana Sánchez-Gijón (voz rauca, ojos como carbones, perfil de ave rapaz) y Emma Suárez (frágil, alucinada, una mixtura perfecta de odio y temor); la Señora es Maru Valdivieso: la Valentina de Guido Crepax disfrazada de Delphine Seyrig.

Los últimos 'grandes' montajes de Gas (Lulú, Madre Coraje) daban la impresión de que abrazaba más de lo que podía abarcar, quizá forzado a focalizar unos pocos aspectos en detrimento del conjunto. Aquí, con un solo crimen entre manos, encerrado con ellas en el cuarto de los juegos, se convierte en el perfecto maestro de ceremonias, insuflando en sus interpretaciones una corriente de energía constante; aquí todo está ceñido, medido, sin tiempos muertos, y las actrices no dejan caer la obra ni un solo momento.

Aitana Sánchez-Gijón ahoga a Emma Suárez durante la representación de 'Las criadas'.
Aitana Sánchez-Gijón ahoga a Emma Suárez durante la representación de 'Las criadas'.CARLES RIBAS

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