Vuelta al pasado

Vuelvo a la niñez. Chesterton decía que a lo largo de la vida siempre cerramos el círculo y volvemos indefectiblemente a los paisajes de nuestra niñez, a nuestra auténtica patria, a nuestro primer hogar. Vengo comprobándolo empíricamente en los últimos tiempos. Reestrenan Qué noche la de aquel día, de los Beatles (remasterizada, eso sí); plasman en imágenes cinematográficas las que me compuse mentalmente cuando leí El señor de los anillos, hace ya tantos años; ceno en invierno esas sopas de ajo, esos calditos Maggi, Gallina Blanca o Starlux que desde siempre vi en la cocina de mi madre; mis hijos padecen la misma maldición del grumo, que también pasé yo, con el cola-cao de rigor. Combato el frío con mayúsculas, casi olvidado por estas latitudes, con la imperecedera bolsa de caucho llena de agua caliente; vuelvo a contar en céntimos con esto del euro (recuerdo: un caramelo Saci igual a un céntimo)... Y, sobre todo, he recuperado las velas. Pero no estas velas modernas, perfumadas, antitabaco, decoradas, de formas caprichosas, no. He recuperado las velas de urgencia, las que hay que tener situadas en lugares estratégicos para cuando 'se vaya la luz'. Para mis hijos ha sido toda una novedad, pero para mi esposa y para mí ha sido un viaje al pasado. ¡Aaaah, esos cortes de luz diarios, pertinaces, repetitivos, justo en el momento más inoportuno, con que nos regalaban en el pasado! ¡Cómo los echaba de menos! Gracias a las compañías eléctricas de este bendito país, posmoderno y cañí al mismo tiempo, mi familia goza de un paseo por la historia. Y por la literatura también, porque ya les estoy leyendo a los niños la Canción del pirata, de Espronceda, para que se vayan enterando.