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Reportaje:

Destellos frutales desde Argüelles

El Museo Cerralbo expone hasta marzo los mejores bodegones de su colección

Hay un rincón del barrio de Argüelles donde el tiempo parece mantenerse hondamente dormido. En él, junto al cruce de las calles de Ventura Rodríguez y Juan Álvarez Mendizábal, se alza un palacio de ladrillo, piedra y caliza, con galería de madera trenzada en verano por pámpanos risueños, bañada de humedad y silencio en el invierno. Un jardín jalonado por bustos griegos y romanos invita desde su fresca umbría a la meditación y el recogimiento. El jardín alberga el palacio donde se instala el Museo Cerralbo, joya del coleccionismo privado madrileño.

Fue creado por un marqués carlista, Enrique de Aguilera y Gamboa, que vivió entre 1845 y 1922 comprometido con la política, como mano derecha del pretendiente don Carlos VII. Cerralbo, apasionado por la arqueología, demostró ser amante del arte en casi todas sus manifestaciones.

Reunió allí, en su palacio-museo del barrio de Argüelles, hasta 50.000 objetos artísticos, esculturas, pinturas, fotografías, documentos... muchos de ellos auténticas obras maestras.

Una treintena de éstas, concretamente las denominadas naturalezas muertas, pintadas por los más brillantes bodegonistas españoles e italianos de los siglos XVII al XIX, han sido seleccionada por la directora del museo, Lourdes Vaquero, y por el irlandés Peter Cherry, comisario de la muestra. Y ello para ser exhibidas hasta primeros de marzo en una sala ganada al salón del actos del palacio. El precio de la entrada es de 400 pesetas, si bien miércoles y domingos puede ser visitada gratuitamente.

La pintura de bodegón es una exposición formada desde los depósitos del museo, así como con obras colgadas en los muros de los aposentos privados del 17º marqués, de entre un largo centenar de bodegones adquiridos por Cerralbo, también él bodegonista, en sus viajes por Francia, Italia y España, explica la conservadora Carmen Jiménez.

Curiosidad de esta exposición es un óleo floreado de Margherita Caffi, una de las poquísimas mujeres cultivadoras de este género; otra espléndida fuente de frutas atribuida al círculo del creador del bodegón, Jan van der Hamen, más un inolvidable óleo con metales del napolitano Luis Meléndez enmarcan otras piezas de excepción de Recco y Munari. Brillan además dos espléndidas obras de un desconocido V. Gallaiz, firmadas en 1890, en medio de una sinfonía malva de ciruelas claudias, orzas de latón ocre y crujientes mimbres. En ambas obras, una jarra de cristal es el eje transparente de una cromática cautivadora.

Al decir de los especialistas en Historia del Arte, el bodegón como género pictórico despuntó con el Renacimiento y llegó a sus máximas cotas expresivas durante el barroco, a fines del siglo XVII y en el siglo posterior. Frutas, aves, pesca y utillería de cocina conformaban la figuración básica de este género menor, en ocasiones ampliada con flores, cerámicas y tejidos, incluso con insectos. En su origen, se consideraba irrupción de la presencia de la Naturaleza en la pintura, ungida por la pátina simbólica de la mitología griega o la mistérica persa o cristiana. El bodegón guardaba a veces cifrado un mensaje secreto, generalmente vinculado a la creencia en la resurrección.

La plétora de los Arellano, de la Corte y Espinosa atrae toda la atención hacia sus ornamentales y luminosos óleos. Empero, conservará tintes tenebristas en su más lograda expresión, una de las obras más excelsas que cabe ver en la exposición del palacio de Cerralbo. Surgió del pincel de Juan Fernández, apodado El Labrador, misterioso amante del anonimato, que tras nacer y vivir en la Corte de Carlos II decidió retirase al campo, presumiblemente a Las Navas del Marqués, en Ávila.

Discípulo de Juan Bautista Crescenzi, arquitecto y decorador muy enraizado en el Madrid de los Austrias, El Labrador logra con Dos racimos de uvas blancas uno de los cuadros más deslumbrantes de cuantos Madrid hoy permite contemplar; con razón fue codiciado por la Corte de San Jaime. Es uno de los mejores bodegones de todos los tiempos. El conjunto parece plasmar el menosprecio de Corte y alabanza de aldea de su autor, que huyó al labrantío para dialogar allí en sinceridad con la naturaleza: los racimos penden de cordeles y se comban elásticamente por su quicio; pese a ser mate la textura de sus uvas, al recibir un fogonazo de luz transparenta el licor acechante en el hondón de su pulpa, pleno de energía, de gozo y de vida. La exposición es, pues, altamente recomendable.

Museo Cerralbo. Ventura Rodríguez, 17. Metro Ventura Rodríguez y Plaza de España. Entrada, 400 pesetas. Miércoles y domingos, gratis. Teléfono: 91 547 36 46 / 47

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