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Columna
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Viva ayer

La opinión generalizada, aunque expresada en términos más sobrios, es que Su Santidad acaba de meter la sacra gamba hasta la casta ingle en su reciente e inoportuna diatriba contra el divorcio y a favor de que los abogados y jueces del Tribunal de la Rota se nieguen a aplicar el divorcio. Mi opinión, sin embargo, es que el Papa de Roma se ha quedado megacorto, si se me permite el contradictorio término.

Porque al Pontífice le faltó exigir que tal medida se aplicara con efectos retrospectivos. Y aún digo más: tenía que haber pedido que los matrimonios realizados gracias a la concesión previa del divorcio a uno o ambos cónyuges queden automáticamente anulados, y que los hijos habidos de tan pecadoras uniones sean considerados ilegítimos, ilegales, bastardos y naturales como se decía no hace mucho. Volver a los usos que Pietro Germi denunció en su película Divorcio a la italiana, en donde el marido tiene que asesinar a la esposa a quien ya no ama para poder volver a casarse: qué ilu. Ni Álvarez Cascos se hubiera librado de semejante decreto. Sólo Aznar, seguramente, habría sobrevivido, incólume y grandioso como siempre.

El caso es ¿por qué no? Si tenemos una potencia imperial armada hasta los dientes enseñoreando el mundo; si un fascista representa a Italia en Europa; si un presunto chorizo gobierna en Italia tras inmovilizar a los jueces; si los asesinatos selectivos y otros actos de Israel contra los palestinos ('ocupar, deportar, destruir, bloquear, matar, causar hambre y humillar a todo un pueblo': lo denuncian más de sesenta reservistas del Ejército israelí que se han negado a prestar servicio en Gaza y Cisjordania, benditos sean); si la barbarie ha vuelto a instalarse entre nosotros, más odiosa que nunca en esta era de teléfonos móviles y autopistas de la información; si la propia Iglesia española se considera por encima de la Ley, ¿acaso no puede el Santo Padre marcarse una solicitud de regresión social absolutamente gloriosa?

Volvamos a los tiempos en que las monjitas recogían a los niños ilegales en los tornos de sus conventos y los confesores advertían a las mujeres maltratadas de que su deber era aguantar los azotes del esposo.

Que no nos falte de ná.

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