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La crisis socialista en el País Vasco

El desarrollo de la crisis socialista en el País Vasco, concretado en la renuncia a la reelección de Nicolás Redondo, invita a una interpretación de la política puesta en juego en relación con la misma por la dirección socialista. El punto de partida es que se ha tratado de una crisis inducida. En relación a los motivos que han impulsado esta decisión me parece que, en síntesis, se ofrecen tres grandes hipótesis.

La primera, y la más noble de las tres, sería ver en ella el intento del PSOE-PSE de reconstruir su perfil político en el País Vasco, amenazado por el exceso de coincidencia con el Partido Popular. Nada lleva a pensar, sin embargo, que este intento, que puede resultar legítimo y al que quizá pudo dar algún fundamento la anterior campaña electoral vasca, pase por el debilitamiento del pacto antiterrorista y por la aproximación al bloque nacionalista. Es en el terreno de las opciones socialdemócratas donde el PSE puede adquirir su propio perfil en relación con un Partido Popular con el que puede y debe seguir coincidiendo en su posición respecto al terrorismo y la estrategia nacionalista; en definitiva, en su defensa de la democracia, del derecho a la vida y de la libertad. No es en la aproximación al nacionalismo vasco donde los socialistas vascos pueden encontrar su singularidad respecto a los populares. Ello supondría a corto plazo la disolución de una opción socialista vasca de la que será difícil recuperarse. Ya hay experiencias en el pasado inmediato de esta estrategia que no invitan precisamente a su reedición.

Una segunda interpretación para la actual política socialista se fundamentaría en la impaciencia de un sector de la dirección del PSOE en cuanto a la falta de eficacia de su oposición al PP. Este sector de la dirección socialista se equivocaría muy seriamente si eligiera el contencioso nacional-regional español como el terreno en el que buscar el desplazamiento del poder del centro-derecha. Es verdad que, en el pasado, el PSOE recurrió parcialmente a este expediente como modo de vencer a UCD. Pero eran otros tiempos y otros terrenos. Andalucía no es el País Vasco o Cataluña. Y la reacción del electorado, de conformidad con lo ya insinuado en las últimas elecciones legislativas, puede ser la de reforzar su apoyo a un gobierno de centro-derecha que parece tener un claro proyecto de España y de Europa entre sus objetivos políticos. Volver a echar mano de recursos como la vieja dialéctica separadores-separatistas, lejos de ser una ingeniosa ocurrencia política, no pasa de ser un intento de desempolvar una antigualla de nuestra vida política de principios del siglo XX.

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Podría haber una interpretación más técnica y de menor transcendencia para la opción adoptada: un mero aprovechamiento de las circunstancias para impulsar el relevo en la dirección del socialismo vasco. Constatado que Nicolás Redondo no es el mejor de los líderes posibles, se propiciaría su cambio, dejando inalterada la línea política del PSE. Se trata de una interpretación seguramente injusta para la valía política de Redondo pero, sobre todo, de una interpretación ingenua, que oculta las auténticas consecuencias políticas por todos intuidas, de este relevo. El revuelo ocasionado por la revelación de su entrevista con el presidente Aznar nos ratifica en la idea de que la sustitución de Nicolás Redondo oculta intenciones políticas de mayor alcance.

Las tres hipótesis hacen pensar que el Partido Socialista se equivoca. Utilizar la crisis vasca para incrementar el enfrentamiento con el PP puede llevar al PSOE, más allá de su previsible traición al grueso del electorado vasco, a enfrentarse con un electorado español que no va a entender un alineamiento, por prudente que sea, del centro-izquierda español con la estrategia de los nacionalismos vasco y catalán. Si algo está claro a estas alturas es que la integración de estos nacionalismos en la vida española va a ser imposible sin el previo acuerdo de los dos grandes partidos estatales en su diseño de un terreno que atraiga a esas fuerzas nacionalistas a las reglas de juego de un Estado autonómico democrático. Cambiar esta estrategia por una pinza con los nacionalismos periféricos para desafiar al PP en el poder, además de una empresa irresponsable, resulta un empeño con muy pocas posibilidades de éxito. La hipótesis del relevo técnico en la dirección socialista se enfrenta con el calado político de un acto que encierra para los actores políticos en juego un alto significado. Desde la perspectiva del PNV, por ejemplo, pocas dudas hay de que entre el cambio de una ponencia y la sustitución de un secretario general, la dirección nacionalista preferirá la segunda.

Parece una exageración ver la sombra del síndrome de Izquierda Unida flotar sobre la dirección del Partido Socialista. Pero quizá no lo sea tanto ver asomar el riesgo de un tacticismo que orille el peso de las convicciones políticas profundas a favor de un juego para el que no están preparados ni el problema vasco ni su repercusión en el conjunto de la vida española. El PSOE se ha equivocado en el pasado en la evaluación del problema nacional-regional de España. Hay circunstancias que disculpan y atenúan el error. Lo que no puede hacer el PSOE ahora es volver a viejas equivocaciones y hacerlo, además, empujado por el deseo de encontrar un atajo en la búsqueda del éxito de su oposición al PP. De la transición al momento actual, el PSOE ha ido asumiendo unas responsabilidades que hacen inviables determinadas estrategias. Es posible que la que acaba de iniciar en el País Vasco sea una de ellas. Corresponde en todo caso al PSE salir del presente atolladero. Hay que confiar en que la democracia interna de ese partido, sin interferencias ajenas, termine encontrando una solución razonable a su presente crisis. El PSE-PSOE es un partido con una fuerte tradición en la vida vasca, que se ha visto obligado a tomar decisiones importantes a lo largo de su dilatada vida política.

No hay motivos para dudar de que también en este momento sabrá manifestar la prudencia política que la ocasión demanda. Hay que confiar en que la gestora nombrada hasta el próximo congreso, presidida por un hombre de la experiencia política y de las buenas maneras de Ramón Jáuregui, facilite un proceso de clarificación del socialismo vasco en que tanto nos jugamos todos. Lo que parece evidente es que la reproducción a escala vasca de un modelo catalán, con independencia del juicio que nos merezca este modelo, no es realista. El nacionalismo vasco marca una deriva en la política vasca que no es el propiciado por el nacionalismo de CiU. Todo hace pensar que una reproducción mimética de la estrategia del PSC no tiene cabida en el País Vasco. Éste es el punto en que deben meditar los enemigos de la línea de Redondo al frente del PSE-PSOE. Y ésta es la cuestión fundamental a la que deberá dar respuesta el próximo congreso de los socialistas vascos.

Andrés de Blas es catedrático de Teoría del Estado de la UNED.

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