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La estrella fue Cascos

Francisco Peregil

Ni el propio José María Aznar, el presidente del Gobierno, pudo robarle luces y focos a aquél a quien la dirección del partido pretendía restarle protagonismo. Todo el congreso del PP tenía por objetivo y destino la figura de Aznar, quien llegó 35 minutos después de las cuatro de la tarde, hora prevista para el inicio del Congreso, cuando los periodistas no teníamos otra cosa que hacer que mirar a la puerta por la que aparecería finalmente el líder del PP con sus zapatos de borlitas.

Los doce oradores del PP mencionaron en sus discursos el nombre de Aznar. Y hasta los maletines negros que regaló la dirección del partido a los redactores venían con la mácula del líder del partido. En los maletines no aparecían las siglas del PP. Tampoco la gaviota azul. Ni el lema del congreso -'nuevo impuso para España'-, ni el segundo lema -'las propuestas del centro'-, ni nada que se le pareciera. En el maletín sólo aparecía la firma de Aznar. El nombre, los dos apellidos y una raya rectísima debajo. Y en el bolígrafo blanco que regalaban, tan sólo la firma en negro de Aznar. Pero todo eso no desvió la atención de aquél a quien la dirección del partido pretendía que no se le prestase demasiada atención.

Tampoco estaba destinado ayer a acaparar el protagonismo el vicepresidente Rodrigo Rato, cuando llegó con sólo diez minutos de retraso al Congreso y con el Financial Times bajo el brazo. Ni Aznar, ni Cascos, ni Acebes, ni Rajoy... ninguno consiguió desviar la atención ayer del ministro de Fomento, Francisco Álvarez Cascos, el hombre que pretendía que se hablase de lo único que Aznar quería que no se hablara: la sucesión. Por un día, al menos por unas horas, Álvarez Cascos fue el más popular entre los populares.

- Ministro, aquí hay un periodista que está haciendo una crónica de ambiente y quiere hacerle una pregunta.

- No es necesario que hagas preguntas. Tú sólo mira la cantidad de gente que está viniendo para decirme que votarán mi enmienda. Ahora mismo han venido dos señores de Palencia que me han ofrecido su voto. Y yo les he dicho: '¿Vais a votar en contra de la dirección del partido?' Y ellos me han contestado: 'A nosotros la dirección no nos dice lo que tenemos que hacer'.

En efecto, Álvarez Cascos no daba abasto para saludar a la gente, para atender a periodistas, para hacerse fotos con admiradoras de cincuenta años, militantes de todos los puntos cardinales de España que le pedían, por favor, que fuese al pueblo de ellos para inaugurar la sede del PP. Sonriente y tranquilo aseguraba a todo el mundo que no había hecho ni una sola llamada para que saliese votada su enmienda. Y cuando se le dijo que cómo respondía a los compañeros suyos de partido que le acusaban de querer acaparar el protagonismo a cualquier precio, de nuevo sonrió y dijo: '¿Protagonismo, ¿por qué? ¿Porque no me callo? ¿Qué culpa tengo yo de que en un congreso como éste los medios sólo hayan reparado en mi enmienda?'

- ¿Y no le parece muy pobre un congreso así?

- Sobre eso tengo mi opinión y prefiero reservármela.

Cascos confesó que últimamente había hablado con Aznar sobre el tema de la enmienda, pero se resistía a decir qué le había dicho el presidente del Gobierno. Al final, Cascos habló:

- He hablado con él esta mañana. Y me ha dicho que hable lo que me dé la gana. Pero que administre bien mi posición. Y que siga tratando de llegar a un acuerdo con Acebes. Y ésa, creo yo, es la posición que debe adoptar un líder como Aznar, sobre todo cuando sabe que conmigo no va a tener nunca ningún problema.

Y sin ningún tipo de problemas, Cascos siguió repartiendo palmadas, apretones de manos y abrazos entre los seguidores.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.
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