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Columna
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Féretros

Lo que suceda alrededor de tu féretro será una crónica resumida de tu vida. He imaginado muchas veces mi propio entierro, qué personas estarían, cuánta gente me acompañaría en ese último instante material, he vislumbrado las lágrimas desoladas de algunos, el gesto compungido de otros, la seria contención de muchos. No tengo la menor idea de qué puede significar fantasear con tu propio entierro, aunque me temo que los psicoanalistas, especialistas en el mirar perverso, encontrarían oscuras razones minando mi personalidad. Aparte de este morbo confeso e indefinible, imaginar el propio entierro aproxima, con la precisión del análisis y los nunca suficientes añadidos de la fantasía, al contenido de tu vida. La emoción de Tom Sawyer al regresar a su pueblo después de la aventura y asistir, escondido en la iglesia, al funeral que se celebra en su honor le lleva hasta las lágrimas y le descubre cuestiones de su vida a las que no hubiera podido llegar de no haber mediado esa representación de su muerte.

En los últimos días, dos féretros eminentes han copado en Madrid nuestra atención, y viendo lo que sucedía alrededor de esos féretros pudimos hacernos una idea cabal de lo que fue la vida de ambos difuntos. Primero vimos el féretro de Camilo José Cela. Lo llevaban a hombros varios ministros del PP y no lo condujeron a ninguna ilustre dependencia de la Real Academia de la Lengua, adonde luego se corrió el rumor de que algunos allegados habían presionado para que se trasladase, privilegio del que ningún ilustre académico ha gozado jamás. Dijo la televisión estatal que cerca de los ministros de derechas que cargaban con el féretro de Cela se había congregado gran número de escritores y compañeros de profesión, pero después nos enteramos también de que eso no era cierto y que, muy al contrario, la compañía literaria del féretro de Cela apenas iba más allá de Francisco Umbral, Fernando Arrabal y Juan Manuel de Prada, circunstancia muy reveladora acerca de la vida de un hombre que escribió esa emocionante crónica social del siglo XX español que es La familia de Pascual Duarte. Después, con el desagrado que produce la lectura de esas cuestiones que atañen a la intimidad, nos enteramos por los periódicos de que, en el funeral celebrado en Iria Flavia, el hijo del difunto no disponía de asiento reservado en el templo. Que un hijo no esté sentado en primera fila ante el féretro de su padre es el fracaso absoluto de una vida, por más que en esa vida te hayan concedido el Nobel.

El segundo féretro de la semana ha sido el de Adolfo Marsillach. Fue un hombre polémico, provocador, seguramente difícil de tratar: él mismo se lamenta en Tan lejos, tan cerca, sus memorias, de no haber sabido hacer amigos, querer a sus mujeres o ser un buen padre. Pero en el hall, los pasillos, el patio de butacas y el escenario del teatro Español, donde se veló su féretro, se congregaron no sólo los amigos, las mujeres y las hijas, sino un buen número de compañeros de profesión, de camaradas de ideología, gente de la cultura y admiradores anónimos. 'A la Comedia, ni muerto', advirtió Marsillach, en alusión a sus heridas políticas, antes de morir. Había dirigido la Compañía Nacional de Teatro Clásico de 1985 a 1996, fecha en que el PP llegó al poder y lo expulsó de allí sin miramientos. Por fortuna, alrededor de su féretro no había un solo ministro del Gobierno actual, ni siquiera Pilar del Castillo, titular de Educación y Cultura. Pero esta ausencia no es más que la constatación de que la ministra no cumple con las obligaciones de su cargo, a pesar del particular alivio que produce tal dejación.

Aparte de ciertas interpretaciones en su carrera de actor, no me interesa la obra de Adolfo Marsillach: pude ver en televisión, en homenaje a su muerte, parte de la representación de Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?, en la que el clímax en el diálogo entre José Sacristán y Concha Velasco consistía en los reproches que uno y otra se hacían para comprender su fracaso conyugal: los calcetines de él olían mal, muy mal; ella dejaba kleenex usados por todos los rincones de la casa. Cela, sin embargo, dejó con Judíos, moros y cristianos un título cumbre a nuestra literatura. Pero sólo lo que ha sucedido alrededor de los féretros de sus autores revela la grandeza o la miseria de una vida, el triunfo o el fracaso de la aventura de Tom Sawyer. Yo espero estar en la fiesta que celebre la mía.

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