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Reportaje:Raíces

Medio siglo de arte

Las peñas flamencas de Andalucía afrontan un complicado futuro con distintas actitudes

El 50º aniversario de la tertulia flamenca El Pozo de las Penas de Los Palacios (Sevilla), probablemente la más antigua de Andalucía, que se celebró el 21 de diciembre con la inauguración del nuevo salón de actos, abrió un período de conmemoraciones en el que las más de 300 peñas del territorio andaluz habrán de plantearse su futuro en una situación muy distinta a la que existía cuando nacieron.

Entonces el flamenco, con los locales tradicionales, los cuartitos, en franca decadencia, parecía condenado a desaparecer engullido por los espectáculos teatrales en los que figuras de la talla de Manolo Caracol habían mezclado quejíos y gorgoritos; artistas como Antonio Mairena o Pastora Pavón, partidarios de mantener la línea clásica cristalizada en aquellos años veinte, encontraron en las peñas y en sus promotores un público incondicional y un ambiente que prometía tiempos mejores.

Y así fueron porque la geografía andaluza se llenó de locales en los que se podía escuchar buen flamenco y, en algunos casos, el de Bellavista (Sevilla) por ejemplo, ser islas de libertad del clandestino Partido Comunista; en los territorios de emigración cumplieron el papel de paliar la nostalgia. De esta manera llegó el flamenco a latitudes tan lejanas como Alemania, Buenos Aires o Ciudad de México.

Pero, al mismo tiempo, se extendieron los festivales y otros eventos, debidos muchas veces al impulso dado desde las peñas y envueltos en los aires de libertad que traía la transición. De la tertulia El Pozo de las Penas y de otras asociaciones partieron iniciativas para hacer florecer los congresos flamencos que, aunque con falta de fuelle, llegan hasta nuestros días, o decenas de acontecimientos veraniegos y la propia Bienal de Sevilla.

Con todo ello las peñas flamencas han ido perdiendo inevitablemente peso específico. Mientras el Concurso de Jóvenes promovido por la Confederación Andaluza de Peñas no logra despegarse del nivel en el que se instaló, poblaciones medias como Puente Genil o Morón se plantean acontecimientos veraniegos realizados con gran despliegue de medios y con el propósito de atraerse a un público foráneo.

En los escenarios -y en ello las peñas cumplieron un importante papel- ya no mandan las variedades; las diferencias entre el flamenco y cualquier otro género o subgénero están ya perfectamente delimitadas, pero las puestas en escena de Sara Baras, Juana la Yerbabuena, Israel Galván o Javier Barón; las conjunciones musicales de Tomatito y Dorantes y los diversos caminos iniciados por Calixto Sánchez, Morente o Esperanza Fernández llevan aparejados muchos elementos imposibles de meter en los pequeños locales peñísticos sin que, por otra parte, desde la mayoría de ellos se fomente expresamente la afición a estos nuevos moldes. Hasta ahora, en ninguna edición de la Bienal de Sevilla llegó propuesta alguna de acuerdo para conseguir abonos para socios en condiciones ventajosas o, ni siquiera, reserva de entradas, algo que si hacen peñas de Zaragoza, México y varias ciudades francesas.

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En esta situación son pocas las entidades flamencas que, como El Taranto, de Almería, logren seguir llevando una actividad estable en calidad. Muchas buscan realizar actividades de mediano calado aprovechando la infraestructura cultural del municipio como teatros, auditorios, parques y jardines... O piensan en llevar a cabo una labor didáctica entre los jóvenes, difícil de desarrollar si no entran en las peñas los valores revolucionarios que puedan atraerlos. Las hay que comienzan a plantearse el nuevo horizonte de aportar el flamenco a un turismo en el que la cultura tendrá cada vez más peso específico. Otras, sin embargo, siguen enrocadas en aquella visión -la de recuperar el espacio entre el reservado y el café cantante- que llevó a su constitución.

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