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Reportaje:DE LA NOCHE A LA MAÑANA | APUNTES

Una pasión devastadora

Condición imprescindible para iniciar un debate cultural serio es desdeñar como interlocutor válido a ese personaje de fábula que se autopromociona con los dineros públicos, y a su soldadesca

Ni por asomo

Muchos profesores de literatura, a los que santa lucía debería conservar al menos la vista, decretaron en su día que Samuel Beckett representaba la disolución del sujeto, como si Molloy, por un decir, no fuera un tipo incluso definido con exceso en sus firmes rasgos de carácter. También Foucault, que el panteón conserve en su gloria, peroró lo suyo sobre ese asunto errado, y ahí está la tenaz actualidad de un Ben Laden para demostrarlo. Filosofía y letras aparte, tales simplezas han calado hondo en los nuevos autores de teatro, que lejos de someter a sus personajes a la vorágine de los conflictos humanos los convierten en simples emblemas de temas preexistentes. Ya casi nadie sabe construir un personaje veraz, y menos aún confrontar su deseo con el de otros, como si de pronto la rica diversidad de la biografía humana se hubiera evaporado. ¡La que montaría Billy Wilder con las bodas del Camacho gescarterista!

La fuga de la paja

Se puede compartir la creencia en el eterno retorno a condición de limitar su alcance a los aspectos más bobos de la conducta. La masturbación, por ejemplo, ese peaje adolescente. Una legión de sociólogos disfrazada a toda prisa de sexólogos trató de comer el tarro en su día con un asunto que ni era pecado ni producía granos, sin reparar en que la capacidad simbólica de la conducta erótica demanda al menos la presencia de otra persona, o de alguno de sus atributos, en una actividad de la que se la excluye en favor de una maltrecha fantasía. Parece que ese robinsonismo de ocasión se cobró algunos adeptos, pero no los bastantes para convertir el autoerotismo en receta de felicidad vicaria. Esa ideología de la autosuficiencia sexual vuelve entubada en sofismas de modernidad, como si la confrontación erótica con otros cuerpos fuese ajena al prodigio de la madurez hallada.

Abismos de pasión

¿A quién recuerda esa pertinaz articulista fingida que cursa reválida al frente de autopromoción cultural? Al burguesito de Molière hablando en prosa sin saberlo. ¿Y quién es ese Molière -dirá ella a su asesor- y por qué no le damos algo? Pues el autor de Tartufo. Lo primero es que el redactor de sus hilarantes disquisiciones escritas debería evitar el jolgorio en ese alarde de saberes que su jefa -un alma simple ignora. Y lo segundo es su desternillante necesidad de meterse en camisa de once varas. Nunca una política cultural requirió de tantos espontáneos a sueldo para defenderla, lo que no evita la comisión de metátesis de cateto. Lo peor es que la animosa señora de Blasco lleva su pasión por la imagen hasta el extremo de inventar fotos de campanario de Zaplana y de hacerse una plaquita de nada junto a Fidel Castro, algo que ha hecho torcer el bigote a jotaeme Aznar y huir despavoridos a centenares de habaneros que a estas horas colapsan el aeropuerto de Barajas.

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Prestigio de la lluvia

Es posible que la propensión melancólica de la lluvia -por hacer una enclenque metáfora de colegial- esté más en deuda con el cine que con el gene que podría detectar, tal vez sustentar, una emoción de tal clase en los humanos, ese fastidio de la naturaleza. No hay drama que no recurra a una lluvia fina, si se trata de subrayar una historia sentimental de mucha felicidad o de pronto sometida a la oscilación de la incertidumbre, o al temporal abrupto que entorpece el momento álgido de una pasión turbulenta y no muy tocada por la dicha. El significado, puestos en el papel de profeta de universidad, de la lluvia en Blade Runner o en El Apartamento, es algo que no requiere de mayor explicación. El problema es por qué llueve aquí de manera espasmódica durante tantos días y sin presagio plausible de una ventura todavía ausente.

Caspa y efecto

Nada menos que Mario Vargas Llosa, excelente escritor y negligente analista político, atribuye a la afición de los argentinos por la irrealidad la crisis que paraliza a su país, y eso tomando como percha algunos decires del palabrero Borges. Dejando de lado el ataque indirecto que esa mención supone contra un innominado Julio Cortázar y su predilección por lo fantástico, hay que sugerir que no es el grado de cosmopolitismo ilusorio que una comunidad se adjudique -y por aquí sabemos algo de eso desde que gobiernan los que todavía están- lo que lleva a un país a la ruina, sino la disposición de los poderes a considerar como objetivo prioritario el beneficio propio. La quiebra argentina no es deudora del carácter de su población, sino de la irrefrenable propensión corrupta de sus líderes políticos. ¿O es que alguien tomaría a un tipo a lo Carlos Menem como ejemplo democrático.

Consuelo Císcar posa junto a una escultura de Benlliure.
Consuelo Císcar posa junto a una escultura de Benlliure.TANIA CASTRO

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