Tensión en los banquillos
La tensión era tangible en los banquillos del Madrigal. Del resultado podía depender el futuro de los entrenadores. Atenazados unos por la racha negativa de resultados que le han llevado a coquetear con el descenso y los otros porque no dejan el farolillo, Villarreal y Rayo depararon un encuentro trabado, sin brillo, propio de equipos que se manejan con la soga al cuello.
La circunstancia no sorprende en la entidad madrileña, habituada a caminar por las brasas. Su escasa masa social le obliga año tras año a hacer malabarismos con su exiguo presupuesto de andar por casa.
Al tranquilo Gregorio Manzano se le contrató para sofocar el motín del vestuario de Vallecas que le costó el cargo a su antecesor, Goicoechea. Y, de paso, enderezar el rumbo de una nave a la deriva. El psicólogo Manzano consiguió apaciguar los ánimos entre bastidores pero no levantar el vuelo del Rayo.
Más ilógica parece la situación que atraviesa el Villarreal ateniéndose a la nómina de jugadores que posee. Un equipo cada vez menos humilde y con aires de grandeza agarrotado por la realidad de los resultados. De los halagos por el fútbol barroco, a los palos por el poco pragmatismo. Lo cierto es que la decadencia del Villarreal tiene diversas causas. La falta de pegada y la baja forma de sus actores principales, como Unai, Víctor o Jorge López. Muñoz ha dejado de lado el romanticismo.
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