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Reportaje:

La eterna pasarela

Una modelo nacida hace 74 años transmite su experiencia en una residencia de Málaga

Manuela se aleja del coche para volver a la habitación 515 de la residencia para mayores de Pinares de San Antón (Málaga). A sus 74 años, esta madrileña todavía conserva y despliega el balanceo corporal que tantas veces practicó encima de la pasarela. Manuela García Contarini recuerda una ajetreada vida entre las altas esferas de Madrid, donde a sus 22 años comenzó su carrera de maniquí, como ella define. A esas alturas ya había tenido tiempo de casarse, tener una hija y separarse.

Pero no sabía hacer nada, así que un día tropezó con una colaboradora del modisto Manuel Pertegaz. Este diseñador fue quien le dio nombre artístico a Manuela, la transformó en La Lotty. Y así se quedó. Una discusión hizo que Manuela dejara a Pertegaz para trabajar con Lino. Hasta los treinta y tantos estuvo desfilando y engrosando su currículo: Madrid, Barcelona, San Sebastián o la televisión alemana.

La experiencia adquirida le ha servido para dirigir durante cinco años los desfiles de la Semana del Mayor, certamen que cada año organiza el área de Bienestar Social del Ayuntamiento de Málaga. Todavía desconoce si este año volverán a contar con ella para hacer desfilar a las quintas más antiguas. Pero no le faltan ofertas. Hace poco le llamaron para trabajar en una serie televisiva que tampoco le va a sacar de pobre. 'Me dijeron que me pagarían 4.000 pesetas al día', precisa.

Son los últimos pinitos de La Lotty, que ya ha rechazado a varios biógrafos potenciales. 'Darío Fernández Flores quiso escribir mi vida, pero tenía que dar nombres y destapar cosas que son sólo para mí', sostiene. Una serie de avatares que Manuela acumuló después de dejar la moda y que no desea airear para respetar a los afectados.

Esos datos codiciados por los biógrafos fueron cayendo desde que montó el bar Dovil en Madrid. 'Allí se concentraba lo más exquisito del barrio de Salamanca, aunque he conocido a gente de todas clases', asegura mientras muestra multitud de fotografías. Por ese ambiente, que se prolongó veinte años, desfilaron ministros que trataban de disimular la ginebra con refresco de cola o los jueces que participaban en tensas timbas de póquer en las que se manejaba mucho dinero, según cuenta Manuela.

Y cuando estaba en lo alto de la ola decidió venirse a Marbella en los ochenta a montar otro negocio. Se trajo 14 millones limpios y en cuatro años lo perdió todo. 'El bar Manuela no funcionó, la gente decía que era caro y me quedé sin blanca', lamenta.

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Una vez que tocó fondo se encontró con la residencia de Pinares de San Antón, en la que está desde 1984 y donde todavía muestra una vitalidad pasmosa con la que anima a sus compañeros. Pero los años no perdonan y recientemente ha pasado 17 días ingresada por una bronquitis desde la cual ha dejado de fumar. 'Creía que no salía de ésta', confiesa.

Manuela agradece los numerosos y cariñosos homenajes que su ciudad de adopción le ha dedicado. Pero sus ojos inquietos no pueden disimular una tremenda soledad que sólo puede mitigar cuando mira el mar desde la terraza de la 515.

El destape desbanca a lo serio

Los años cincuenta del pasado siglo no eran tiempos de andar exhibiéndose ligera de ropa. 'Si nos hubiéramos subida a la tarima igual que ahora se suben las chiquillas, poco menos que nos habrían metido en la cárcel', cuenta La Lotty. El franquismo también desplegaba sus tentáculos en la moda. Y los diseñadores sabían que se tenía que tapar cada trozo de piel. 'Teníamos que estar muy delgadas, no nos dejaban tener curvas y nos ponían fajas para que nada se saliera de su sitio. Ahora, si las chicas no tienen pechos o labios, se los ponen y ya está, pero nosotras éramos palos donde colgar la ropa', compara Manuela. Reconoce que, si se lo hubieran permitido, tampoco habrían tenido la mentalidad para subirse medio desnuda a la pasarela. La filosofía es distinta, según Manuela García, que conoce bien el tiempo pasado y que sigue de cerca la actualidad de la moda. 'Las chicas de ahora son como vedettes, lucen el cuerpo, mientras que antes no se veía ni un ápice de lo que realmente teníamos y se admiraban más los trajes. No había más remedio que mirar la ropa', dice. Y otra cosa eran los sueldos. 'Hoy ganan mucho dinero, por eso se machacan para conseguir llegar a un mundo que, aunque exigente, es bonito y divertido', explica. Manuela recuerda la célebre frase de aquella top model que no se levantaba de la cama por menos de unos millones de pesetas. Se ríe y cuenta cómo tenía que sobrevivir con 4.000 pesetas al mes de sueldo base y los tres trajes por temporada que la firma le regalaba. Todo eso con una hija, una madre y una tata. Pero cuando los apuros acechaban, los contactos que había hecho en el mundo de la farándula le dieron resultado. 'Para salir adelante teníamos benefactores que no paraban de hacernos regalos', afirma, mientras que en estos días una modelo de proyección internacional tiene prácticamente la vida resuelta.

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