Con amigos así...
Últimamente, al Partido Socialista de Euskadi y más aún a su dimisionario secretario general, Nicolás Redondo Terreros, se les han multiplicado los amigos, los panegiristas, la muchedumbre de allegados que, con grave gesto de congoja, auscultan al enfermo, diagnostican sus males políticos y prescriben luego la terapia que, de no ser aplicada, arrastrará a aquel organismo partidario a la ruina, lo reducirá 'a mero residuo tóxico'. Plumas que escriben en medios aparentemente antagónicos, firmas que se considerarían insultadas si se las equiparase en cualquier otro orden de cosas, han coincidido sorprendentemente sobre al menos tres ideas: defender la bondad y la vigencia de la coalición tácita y subordinada al Partido Popular con que el PSE-PSOE concurrió a las elecciones vascas del pasado 13 de mayo; desautorizar en términos no ya de conveniencia, sino morales, cualquier estrategia alternativa, más flexible, menos hostil al PNV, que el socialismo vasco pudiese entrever para el futuro inmediato, y considerar a Redondo Terreros -de quien se han subrayado hasta la hipérbole la coherencia, el izquierdismo y la solidez de las convicciones- una víctima, un chivo expiatorio injustamente sacrificado por los suyos en aras de oscuros por cuanto inconfesables propósitos.
Apenas Ramón Jáuregui, presidente de la gestora que rige el PSE hasta el próximo congreso extraordinario, ha expresado legítimamente su propia visión de los problemas del partido, ha constatado el fracaso en las urnas de la estrategia frentista que se ensayó la pasada primavera y ha insinuado que los socialistas no pueden ser en Euskadi ni rehenes ni simple correa de transmisión de unos cuantos intelectuales gurus, por brillantes que éstos sean; acto seguido se ha tildado a Jáuregui de colaboracionista con el nacionalismo vasco -pecado nefando donde los haya-, le han echado en cara antiguos textos suyos contra el PNV, le han colocado la etiqueta de pastelero sin principios. Para ensalzar póstumamente a Nicolás Redondo -esto es, para hipotecar su sucesión- se ha manipulado el lenguaje -la entente PP-PSOE es un pacto 'de alternativa democrática', mientras que un eventual acuerdo PSE-PNV sería un 'conchabo' (sic)- y hasta se ha hecho prestidigitación aritmética: ¿cómo entender, si no, que el 17,1 % de los votos obtenido por Jáuregui en 1994 fuese la culminación de un hundimiento y el 17,9% de Redondo en 2001 constituya un esperanzador síntoma de recuperación?
De todos modos, antes incluso de que los columnistas y opinadores más ágiles pudiesen lanzarse sobre el tema, fue el Partido Popular del País Vasco el primero en mostrar hacia su aliado socialista un cariño verdaderamente asfixiante. Me refiero, claro está, a la gentil disposición con que Jaime Mayor Oreja ofreció abrir sus filas a 'aquellos ciudadanos de izquierda que aún creyesen en la alternativa al PNV', se brindó a acoger y cobijar a los náufragos y decepcionados después de un hipotético giro vasquista del partido en que hasta ahora confiaban. Desde el PSE, al parecer, no han apreciado tan solícita conducta, calificándola de OPA hostil, injerencia, actitud carroñera o provocación. Pero se equivocan, porque en esta materia el PP no hace más que seguir los dictados de la lógica política y de la tradición histórica.
Efectivamente, en la política vasca del último cuarto de siglo la exacerbación del discurso españolista, por muy a la izquierda que sitúe su punto de partida, conduce inexorablemente hacia los dominios de la derecha porque es ésta -y no el PSOE, ni en su día el PCE- la titular natural de aquel discurso, la que lo pronuncia con mayor verosimilitud y coherencia. Seguro que recuerdan a Ricardo García Damborenea, secretario que fue de los socialistas de Vizcaya justo antes de Redondo Terreros, debelador implacable de nacionalistas -y me refiero a sus textos o discursos, no a las actividades que le llevaron luego a la cárcel-, escindido del PSOE por la izquierda en 1990 para encabezar un nuevo y efímero partido, de nombre Democracia Socialista. ¿Dónde terminó Damborenea su trayectoria política? Pues en un mitin del PP en Zaragoza, de telonero de Aznar, allanándole el camino a La Moncloa. Eso, por no hablar -bien es cierto que en otra categoría moral- de la espectacular evolución ideológica de don Enrique Múgica Herzog.
Entre tantos síntomas de desazón ante la crisis del PSE, sin embargo, sería imperdonable no citar el que ha vertido Federico Jiménez Losantos en su página de la revista Época. Se titula De Vidal-Quadras a Redondo Terreros, y en esas seis palabras condensa toda la sustancia del texto. Sí, 'Redondo representa, quizás en mayor medida que ningún otro político socialista, el compromiso del PSOE con la continuidad nacional española y la defensa de su Constitución. Algo similar sucedía en el caso de Vidal-Quadras en el PP de Cataluña. Pero precisamente es eso lo que les ha convertido a ambos en apestados a los ojos de la dirección madrileña de su partido'. Estamos, pues, en una partitocracia inicua e irracional donde se penaliza a quienes 'hacen hincapié en un proyecto común para todos los españoles' y se premia a 'los caudillos más atentos al terruño que a la nación' (¡va por ti, Maragall!), en un sistema donde 'lo primero que están dispuestos a sacrificar los dos grandes partidos españoles es su condición nacional' y donde el caído Nicolás Redondo era 'la última trinchera nacional del PSOE'.
Cuando se tienen amigos que, a tu primer contratiempo, corren a ver si pueden sacar tajada, o que te quieren sólo si les obedeces, o que comparan a Redondo con Vidal-Quadras y al Partido Socialista de Euskadi con el PP catalán, o que lloran por tu porvenir político cuando de hecho desearían que no lo tuvieras..., con tales amigos, ¿quién necesita enemigos?
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
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