Año de ratas
El primer día del año, corriendo junto a las vías de la estación de metro Plaça Catalunya, vi una enorme rata de cuerpo tembloroso. Movía la cola como si fuera la antena del mando a distancia de un coche teledirigido y parecía bastante despistada. Con la llegada del convoy, precedido por la tradicional fanfarria de chirridos, el bicho se asustó y lo perdí de vista.
Hacía tiempo que no me tropezaba con una rattus norvegicus, nombre artístico de estos denostados animales. Cuando vivía frente al Mercat del Ninot, las veía cruzar la calle, de noche, tres o cuatro juntas, como en comando, y me emocionaba su abnegado esfuerzo por buscarse la vida para alimentar a sus crías, hurgando entre contenedores y restos de cajas de verdura. Eran como esa rata filosófica que sale en los dibujos de las Tortugas Ninja, una metáfora de la vida urbana, orgullosa de su oscura y subterránea condición.
¿Qué puede significar la visión de ratas en el cambio de año? Cosas francamente inquietantes a tenor de 'La enciclopedia Mago Félix de los sueños'
La rata de la plaza de Catalunya parecía tener frío o, en su defecto, resaca. Quizá salía de celebrar la Nochevieja y no encontraba el camino de regreso a casa, como casi todos los humanos que me rodeaban. O quizá se protegía del frío. Me cuenta una fuente bien informada del sector brigadas de limpieza que algunas buscan las máquinas de refrescos y de tabaco que hay en los vestíbulos públicos para contagiarse del calor eléctrico que desprenden. De repente, te acercas a una de esas máquinas de andén y, zas, sale disparada una rata que te pega un susto de muerte.
Dos días más tarde, circulando en coche muy cerca de la plaza de Cerdà, espectral y futurista monumento al mal gusto tolerado con extraordinaria pasividad por la ciudadanía, se me cruzó otra rata. Tuve el tiempo y el espacio suficiente para no matarla ni matarme pero, una vez recuperado del susto, pensé: demasiada casualidad. Al detenerme en un semáforo, deduje que, o esta ciudad está siendo invadida o alguien desde allá arriba ha creído oportuno enviarme un mensaje en forma de ratas o, peor todavía, de rata en singular, ya que pudiera ser que se tratase de la misma de la plaza de Catalunya.
Sinopsis de los hechos que acaecieron a continuación. Al llegar a casa, y tras saludar a los roedores humanos con los que comparto madriguera de alto standing, me encierro a consultar La enciclopedia Mago Félix de los sueños. Sé que no he soñado las dos ratas pero no hay que descartar que sean visiones procedentes de otra dimensión de mi cada vez más complejo ser. Fèlix Llaugé Dausà, alias el mago Félix, sugiere algunas posibilidades, todas ellas francamente preocupantes. De entrada, sostiene que soñar a menudo con ratas nos advierte de que nuestras fuerzas vitales y nuestra salud están siendo carcomidas o corroídas. También puede ser síntoma de problemas de dinero, falta de cariño en la familia y vicios que destruyen el hogar. Joder con el Félix, me digo. Pero sigo. Si la visión es de ratones invadiendo la casa, significa que debemos tener cuidado con los vecinos enemigos y con los ladrones. Eso me tranquiliza. Haber visto esas ratas en la plaza de Catalunya y en la plaza de Cerdà significa que Barcelona debe tener cuidado con los vecinos enemigos y con los ladrones. Los vecinos enemigos son, como todo el mundo sabe, los de Madrid, recurrentes invasores y aguafiestas, probablemente envidiosos de nuestro imparable impulso hacia el Fòrum 2004 a bordo de, pongamos, el tranvía de la Diagonal. En cuanto a los ladrones, estoy tranquilo: no hace falta que vayamos a buscarlos fuera, aquí contamos con una antigua y venerable tradición de manguis, con largas y fructíferas generaciones de experiencia.
En su canción Barcelona i jo, Joan Manuel Serrat ya nos previene de que las ratas y los ladrones son fundadas hipótesis locales y, al referirse a su ciudad, dice: 'La que va esguerrar Porcioles / la que devoren les rates'. Si José María Porcioles viviera, seguro que le encantaría convocar una rueda de prensa y comparar sus muchos e históricos destrozos con los cometidos por sus herederos, alcaldes más democráticos y competentes pero que tampoco han podido con la plaga de malditos roedores que, por lo visto, se expande bajo nuestro pies, cohabitando con los viscosos espíritus de nuestro pasado más deplorable. Serrat convendrá conmigo en que Porcioles esguerró todo lo que pudo, pero que otros le precedieron y que algunos, avispados aprendices de brujo con master en ineficacia, continúan la destructiva labor del gran timonel del caos urbanístico y la especulación a granel.
Para que se sitúen, y a la manera del maestro Félix Rodríguez de la Fuente, les contaré algunas cosas sobre la vulgarmente conocida como rata de cloaca. Según los expertos, se trata de un bicho con la cola más corta que la cabeza y el cuerpo, noctámbula (duerme de día y curra de noche), capaz de dañar la ropa, los muebles, los libros y de comerse cualquier tipo de alimento almacenado, amante de alcantarillas, basureros, desagües, portador de pulgas, transmisora de la peste bubónica, la leptospirosis, la salmonelosis y el tifus murino. A su favor, hay que decir que se trata de una extraordinaria nadadora y de una escaladora aceptable, dos virtudes muy útiles en esta ciudad. Casi tan útiles como sus defectos.
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