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Columna
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Sin Adán

Me gustaba mucho Eva Sannum para reina de España y vecina de Portugal. Para princesa de Asturias y de Girona, de Viana y de Lanzarote. Me gustaba Eva Sannum porque es bella y esbelta, libre y seguro que tierna, adorada flor de Escandinavia. Me gustaba porque parecía vivir en la mítica Thüle sin vivir en ella, tan rubia y aviadora, modelo de modelos, hija de honestos padres divorciados. Me gustaba Eva Sannum porque acaso no hay sueño más hermoso para un príncipe latino de sangre germánica que una noruega del pueblo, con sangre vikinga. Nada más romántico que una diosa de los fiordos, acunada bajo el demorado y frío sol del mar del Norte, ese país de agua salada y pozos de petróleo que baña las costas de Shakespeare, de Veermeer, de Brahms y de Andersen. Y que también baña los muslos divinos de Eva Sannum, y todo bajo un remoto aroma de Islandia, donde uno soñó una vez que estaba por allí, y el sueño era que aparecía Eva Sannum detrás de un géiser y que luego íbamos los dos de la mano caminando sobre las aguas interiores de la isla, cantando a la vida y al Señor, y al recuerdo de los poetas del anglosajón antiguo, como Snorri Sturluson, que dice en uno de sus versos que la espada es el pez de la batalla. Pero ese sueño mío, y el sueño del príncipe, que era real, de carne real, de sangre de Oslo, ha caído derribado por el suelo, como una copa de hiel y de dolor, de sacrificio en aras de no se sabe qué. Y todo porque vinieron los celadores y correveidiles de la moral monárquica. Unas gentes de orden y aristocracia que, aterrorizadas ante el hecho cantado de que el príncipe de Asturias pudiera tener una esposa protestante, bella como el sol y azul como el alto mar de Noruega, arremetieron por periódicos, parientes y polillas y rompieron la foto feliz de la pareja real más rutilante del mundo desde los tiempos del último Zar de todas las Rusias. Más pronto que tarde tendremos una novia oficial para don Felipe. Tal vez una bondadosa gordita católica y centroeuropea. O una mujer de bandera de Madrid o de Euskadi. No sé lo que tendremos. Pero ninguna como Eva Sannum, y el primero que bien lo sabe es nuestro futuro rey; cuántos sacrificios impone la corona.

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