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Los Borgia como metáfora

Hary Lane, el enigmático personaje de El tercer hombre, se justifica con una frase brillante: 'En Italia, en treinta años de dominación y terror de los Borgia surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza tuvieron quinientos años de democracia, amor y paz, y ¿cuál fue el resultado?: el reloj de cuco'. El traficante de penicilina adulterada que siembra de víctimas inocentes la Viena de posguerra sostiene una curiosa tesis sobre la génesis de la cultura y la civilización modernas: el poder sin freno moral, la violencia despótica y nepótica, la subordinación de las creencias y las instituciones a la razón del príncipe resultaron a la postre mucho más estimulantes para el florecimiento de las artes, las letras y el pensamiento que una vida presuntamente ordenada, pacífica y participativa.

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La ilustre familia de sátrapas setabenses sirve a Harry Lane de coartada personal y de la mano de Orson Welles añade un nuevo dilema al guión de Graham Greene. Pero establece una falsa relación de causalidad entre abuso y cultura, pues los Borgia antes que autores de los nuevos tiempos fueron una manifestación del momento que despedía al mundo tardomedieval. Por la misma lógica y con más motivo podríamos decir que los años de violencia y relajación promovida por la Iglesia católica llevaron a la Reforma luterana, ésta a la Contrarreforma y ambas a las guerras de religión que ensangrentaron los campos de Europa y cegaron por tres siglos el espíritu de tolerancia alumbrado en el Renacimiento.

Resulta ahora que un sector de nuestra intelligentzia aparece subyugada por la fascinante personalidad de los Borja y sus descendientes europeos. Esa intelligentzia valenciana, puesto que ejerce, no supone una contradicción de términos, como un día se afirmó del pensamiento navarro. Y se diría que vive el síndrome de Harry Lane cuando nos propone examinar con benevolencia el pasado de unos prominentes personajes que por su origen considera 'compatriotas', noción de dudoso sentido en el siglo XV.

Un deán ilustrado, el rector de una universidad fundada por bula de Alejandro VI, un patrón de empresa dueño del secreto que permite aunar fe y negocio, presentaron hace poco el Diplomatari dels Borja, un proyecto editorial que de creer a sus promotores llevará completarlo 20 o 25 años. Es una buena noticia que cuente con el apoyo del Vaticano, decidido a exhumar lo bueno y lo malo de una familia indispensable para explicar el nacimiento de la Europa moderna. Harry Lane no lo hubiera expresado mejor. Ojalá la Santa Sede muestre idéntica actitud ante la documentación de Pío XII en los tiempos del Tercer Reich y el holocausto judío, vedada en fecha reciente a una comisión internacional. Las facilidades del Arzobispado de Valencia suponemos que se harán asimismo extensibles a los investigadores que desean explorar en sus fondos el pasado de todos los valencianos que se registra en el universo de los diezmos y las restantes cargas feudales que un día, hasta hace ciento sesenta años, gravaban a fieles y a agnósticos.

Lo anticipado en la prensa sobre el primer volumen alude a papeles repletos de intrigas, crímenes y corrupciones: decididamente el hábito no hizo al criminal pues el padre del futuro Papa fue hallado culpable de participar en el 'cruel asesinato' de un notario de Ontinyent. Bien comienza la desmitificación. Maestros del gobierno mediante el soborno, la daga y el arsénico, corrompidos y corruptores, el romanticismo se sirvió de la leyenda para hacer de los Borgia la esencia de la degradación, con sus episodios de crueldad, simonía e incesto, inmejorable materia literaria a la que en el siglo XX han sucumbido, entre otros, Blasco Ibáñez, Vázquez Montalbán, Joan Francesc Mira y Mario Puzo. Para los ideólogos de la independencia hispanoamericana Roderic de Borja estuvo asociado además a la bula Inter caetera con la que en 1493 otorgó a Castilla el dominio de América y legitimó la conquista de sus gentes, el inicio de la destrucción de las Indias, en palabras del clásico.

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A la leyenda negra le ha sucedido una leyenda rosa que niega los excesos o los justifica por habituales en la época. Saber a los Borgia de los nuestros y situarlos en el centro del poder europeo quizás nos haga partícipes de un momento estelar de la humanidad, bien sea en el capítulo de sucesos. 'Todos somos valencianos, ¡qué le vamos a hacer!, resignación hermano: hay crímenes peores...', escribió Max Aub en una dedicatoria de sus Crímenes ejemplares. Si, según parece, no merecemos figurar por otra aportación, a diferencia de los suizos los valencianos podemos vanagloriarnos de haber dado al mundo a los Borja: de aquí procedían y en valenciano desarrollaron los pensamientos que les llevaron al poder. No faltará quien entienda la reivindicación orgullosa del crimen como signo de identidad. Para mí es más acertado volver a Aub (por cierto, ¿en qué idioma pensaba Aub? ¿le hacía eso diferente?). 'La maté porque era de Vinaroz', escribe en una muestra de ficción súbita que para sí hubiera deseado el maestro Monterroso. Porque siempre podemos hallar un motivo que explique nuestra conducta y hasta la ajena por abyecta que resulte.

El éxito del revival Borgia se me representa como una metáfora de la situación valenciana, con dignatarios que se declaran poco orgullosos de haber emprendido su carrera comprando el voto de una concejala tránsfuga, con el líder de la oposición acusado de prácticas de financiación ilegal a costa del erario público, con campañas publicitarias oficiales investigadas por presunto delito fiscal, con dirigentes patronales procesados no hace tanto por fraude en concesiones y por la desaparición de fondos europeos destinados a formación. Es la política que no repara en medios. Apenas nada con el menor de los actos borgianos. Pero el cinismo como actitud y la construcción de argumentos ad hoc como procedimiento es también el resultado de un descreimiento en futuros que no tendrán lugar y que conduce a desacreditar una realidad distante de los deseos que un día cercano se creyeron realizables.

Son malos tiempos para la ética cívica, que conviene no confundir con la secularización formal de la moral cristiana. Si hace veinticinco años alguien hubiera dicho que acabaríamos haciendo país con la memoria recuperada de los Borja más de uno hubiera pensado que estábamos ante una nueva manipulación de la derecha cavernícola destinada a confundirnos. Se comienza reivindicando a los Borja como patrimonio colectivo y se acaba justificando la retribución de los académicos de la lengua. ¡Qué le vamos a hacer! Hay crímenes peores...

José A. Piqueras es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Jaume I.

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