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Columna
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Clementinas

Para saber si la conclusión del presidente Zaplana era sí o no en su insólita incursión de ayer por la tarde debía haber estado en el acto donde se preguntaba si es necesario o no un partido nacionalista aquí y ahora entre los valencianos. Pero, la verdad, yo no me veía allí, quizás por temor a dañar la buena opinión política y personal que, a pesar de todo, tengo del presidente.

Por ello, que un presidente que lleva más de seis años al frente del ejecutivo valenciano se deje los mocasines en el Palau y baje a la arena en alpargatas para liarse en asuntos de política partidaria me parece cuanto menos un preocupante síntoma de o bien que ha sido mal aconsejado, o bien que se le ha encendido alguna luz preocupante en el almacén electoral, o quizás que hay que despojarse de todo aditamento de autonomismo rebelde por tenue que éste sea antes de cruzar la línea de fuego del próximo e inminente congreso estatal (perdón, nacional) del PP, donde va a producirse el reparto de papeles. Con todo, y sean cuales sean las razones adicionales de esta comparecencia sorprendente del presidente, el título de la mercancía que se anuncia denota algo que por subliminal que se presente, no debería ignorarse: cuestionarse la existencia de una opción partidaria genérica en una democracia parece la traducción de un deseo restrictivo, y como tal, de un propósito -inconsciente, si se quiere-, de exclusión, y hacerlo desde el gobierno un dato que añade preocupación. Si el presidente quiere explicar a los electores que están en la frontera que existe entre el PP y UV que para la política que UV dice querer, con el PP basta, su intervención en el foro más derechista de su partido podría haberse anunciado con algo así como: El poder valenciano, una realidad, o, Valencia y la otra forma de hacer España (copiando el desventurado eslogan del PRD en las legislativas del 86, ahora que su gobierno está felizmente empedrado de antiguos reformistas), o, incluso, Gobernar en España desde la Comunidad Valenciana,... Pero claro, el primer título ya es una antigualla, un cadáver, y poco adecuado para el momento de nervios que se vive ante el congreso hablarle a Aznar de poderes (es tocarle el suyo, el de verdad); el segundo sugiere que desde aquí se está construyendo (España) con impulso propio, y obligaría a desmentir nuestra inveterada y aún no resuelta subsidiariedad, por lo tanto, a reivindicar un cierto nacionalismo (¡qué horror!), o un regionalismo bien entendido (que está demodé, y ya lo representan otros); y el tercero, si, de entrada, ¡no ha habido ni un solo ministro valenciano en los gabinetes de Aznar! y, además, los que se ocupan de nuestros asuntos son más bien altaneros, distantes y rígidos con su partitura, podía quedar un poco de risa ante la opinión pública valenciana.

Así que, una solución benevolente para esta encrucijada, invita al presidente o bien a dictar el acta de defunción del País Valenciano como nacionalidad, y a declarar que esto ya es España sin matiz, o bien a concentrarse en hablar mal del egoísmo de los nacionalismos, incluido el de aquí, o, finalmente,... a dar una larga cambiada al público del Hotel Astoria y hablar bien de la clementina y mal de Sánchez Cañete en un alarde de genialidad política... Hoy leeré la prensa a primera hora por si de lo que el presidente dijo, va y resulta que sí, que es menester un partido político valenciano nacionalista fuerte para defender la clementina. Que al fin y al cabo es mi modesta opinión.

vicent.franch@eresmas.net

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