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Reportaje:

Fiebre de las palabras martillo

Los dirigentes andaluces practican el género judicial: acusan o se defienden

Manuel Chaves, presidente de la Junta de Andalucía, es un pequeño dictador y un gran señor feudal. Es la opinión de Teófila Martínez, senadora, alcaldesa de Cádiz, jefa de la oposición popular en el Parlamento andaluz. Martínez podría haber dicho que Chaves es un pequeño señor feudal y un gran dictador, y las palabras no variarían de densidad ni de peso específico. A los políticos andaluces no les falta contundencia: cuando la oposición del Ayuntamiento de Cádiz pidió investigar los sueldos del concejal de presidencia y Martínez propuso investigar los sueldos de todos los concejales, entonces socialistas, izquierdistas y andalucistas hablaron de aberración, terrorismo y fascismo.

Es habitual proclamar las más terribles sospechas para olvidarlas un mes después
Martínez ha construido una imagen publicitaria del presidente sin olvidar una dosis de patología

Aquí la política se basa en la gesticulación verbal, como si la asamblea de representantes del pueblo se reuniera en una barbería o un bar de los antiguos. Hubo una sentencia en la que un juez entendió que las acusaciones de mendacidad o delincuencia menor entre políticos no eran precisamente injurias ni calumnias: la profesión presupone los insultos. Así los políticos se convirtieron en irresponsables: blanco y cañón de afrentas, una especie de bufones con permiso para maldecir disparatadamente. El discurso político andaluz se está convirtiendo en un lenguaje involuntariamente paródico. Y, sin embargo, veo cierta lógica en los embates de Teófila Martínez contra Chaves: señor feudal, cacique, dictador.

Martínez ha construido una imagen publicitaria del presidente sin olvidar siquiera una dosis de patología. Ahora le diagnostica a Chaves un estado de locura: esquizofrenia política. No es un rasgo de sovietismo, un recuerdo de cuando el KGB consideraba locos a los adversarios políticos (había que estar loco para no coincidir con los planteamientos de los jefes del KGB). Es un lugar común, un cliché de la literatura popular y la industria del espectáculo: los dictadores están siempre locos, del excesivo Hitler al paternal Franco, tan criminalmente normal, o al disoluto chino Mao. Los insultos de Martínez magnifican a Chaves: participan de una especie de culto a la personalidad, aunque sea en negativo. El fervor de Teófila Martinez ante el monstruo la lleva a darle consejos: que abandone el estado de locura, como si la locura fuera el estado de Nebraska, y recupere el juicio como si fuera un sombrero.

La discusión entre los dirigentes andaluces suele desarrollarse en un único género de discurso: no practican el género deliberativo, el intercambio de palabras que convencen o disuaden y llevan a la toma de decisiones. Practican el género judicial: acusan o se defienden. Transforman la política en un proceso criminal. ¿Se considera que el juez son los votantes, que intuyen que las acusaciones gravísimas sólo son fenómenos retóricos? Los cargos de Martínez contra Chaves son abrumadores: el presidente andaluz que ve la presidenta del PP es amenazador, coaccionador, bravucón, insinuador, deslenguado; ha ordenado espiar a personas molestas; quiere controlar el poder financiero; presiona a medios de comunicación; se parece al Felipe González de los días de Filesa y los fondos reservados.

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Otras veces la presidenta ha lanzado afirmaciones desconcertantes, guerreras. Una vez llamó a Chaves 'hijo de alto cargo del Ejército de España'. No sé si dicho así, en el Parlamento andaluz, la alusión a España quiso entroncar con una retórica neonacionalista sudista, dolorida por la colonización castellana. Otro día equiparó a Chaves con los terroristas vascos que tiran cócteles mólotov contra las sedes del PP, aunque contra el PP Chaves sólo tirara mierda, según Martínez. Chaves había relacionado a la familia Martínez con Gescartera. Martínez contestó con la acusación de que la Junta se conectaba con Gescartera a través de un crédito de un banco de Hong Kong y Shangai. Y añadió Martínez: si Chaves no demuestra sus palabras pondrá de manifiesto que es un político de baja catadura moral, que utiliza mentiras y calumnias para perjudicar a sus adversarios en su fama y en su honor, lo que más nos importa, nuestro único patrimonio, dijo Martínez.

Porque, en el diálogo criminal entre partidos andaluces, es habitual proclamar las más terribles sospechas o certidumbres para olvidarlas un mes después. Chaves sospechó, por ejemplo, que existía una red de intereses especulativos en la costa de Málaga y Cádiz, ligada al trasvase de concejales del GIL al PP. Martínez contestó que los socialistas deben conocer perfectamente esos tejemanejes después de gobernar 20 años en los ayuntamientos turísticos. Luego Chaves calló, y Martínez no dijo más, quizá bajo la presión de un Chaves dictador, que controla la región con su guardia pretoriana: Martínez ha recordado también, a propósito de Chaves, la Roma de los emperadores que nombraban senador a un caballo y mataban y morían a manos de los pretorianos que los habían encumbrado antes.

El día de la fiesta de la Constitución, en Sevilla, Teófila Martínez se sentía vigilada. Concretó: no es que afirmara ser objeto de vigilancia, pero, sí, tenía esa sensación. La sensación no nos la pueden quitar, somos dueños de nuestras percepciones, añadió filosóficamente. Son palabras arrebatadas, emocionales, pero, desde su candidatura a la presidencia de Andalucía, todo el discurso de Teófila Martínez ha obedecido a una estrategia de diseño, basada en el uso de palabras tradicionalmente izquierdistas (revolución y rebelión contra caciques y poderes tiránicos), desde un partido que quería superar su imagen de derechas. Martínez ha diseñado un enemigo, el personaje Chaves, ante el que presentarse como una resistente birmana o antifranquista. Pero resultaría más verosímil si, en lugar de achacarle tics de cacique a Manuel Chaves, hablara de tics autoritarios: Chaves lleva muchos años en coche oficial de primera clase, y la pompa engendra soberbia, que decía el antimaquiavélico Diego de Saavedra Fajardo.

Las respuestas del equipo de Chaves tienden a desbaratar las pretensiones liberales de la adversaria, y la tachan de falta de talante democrático, juego sucio, crispación y posible connivencia con posibles mafias. Martínez se siente desamparada, vigilada, observada. Es la máxima dirigente en Andalucía del partido que gobierna España, pero aparenta compartir con muchos ciudadanos la desconfianza total hacia las instituciones del Estado, la policía, por ejemplo, protectora de los derechos y libertades de los ciudadanos, según la Constitución, y la justicia, independiente, por supuesto. ¿Votará Martínez en las próximas elecciones generales a su partido, que mantiene, según su parecer, en tal estado de indefensión a la sociedad?

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