La comedia del año
Uno. El tresillo incendiado. Para alguna gente, la comedia es siempre sospechosa, sobre todo a) si tiene un éxito descomunal y b) si sus autores/protagonistas son estrellas televisivas. Con Excuses, de Joel Joan y Jordi Sánchez, se cumplen ambas premisas. Excuses es, indiscutiblemente, la comedia del año en Cataluña. Se estrenó en enero, hizo más de doscientas funciones y la vieron 80.000 espectadores. Y 'aun así', se preguntarán quienes desconfían de los éxitos masivos, '¿es buena?'. Respuesta: sí. Es salvajemente buena. Condenadamente buena. Y ahora tienen ocasión de comprobarlo, porque Excuses vuelve al Romea de Barcelona durante cuatro semanas, del 20 de diciembre al 20 de enero, para concluir su gira por Cataluña. Como decía antes, sus autores, Joel Joan y Jordi Sánchez, son estrellas mediáticas: protagonizan (en compañía de Mónica Glaenzel, presente en el reparto de Excuses) la serie Plats bruts, la comedia de situación con mayor audiencia en la historia de la televisión catalana. Pero Excuses poco tiene que ver con Plats bruts: es un juego más arriesgado, un salto en el vacío cuyo lema podría ser aquel 'tiemble después de haber reído' de La Codorniz. Excuses supone el debut como autor de Joel Joan, pero es la cuarta función de Jordi Sánchez. Sánchez es un redomado especialista en 'dar liebre por gato', como diría Mihura. Despegó a finales de los ochenta con Kràmpack, una historia de vampirismo emocional camuflada de comedia adolescente; reincidió con Fum, fum, fum, un vodevil navideño más agri que dulce, en la línea de Alan Ayckbourn, y remató la jugada, en compañía de Sergi Belbel, con Soc lletja, una 'comedia musical antiestética' sorprendentemente isabelina: una revenger's comedy llena de ruido y furia, de nihilismo áspero y escatología salvaje. Con Excuses, Jordi Sánchez ha vuelto a Ayckbourn, el Ayckbourn más negro y desesperado (el de Absurd Person Singular o Absent Friends), que se desliza de la farsa costumbrista/vodevilesca al apocalipsis moral según la vieja Ley de Murphy: todo lo que pueda ir mal irá a peor.
Los protagonistas de Excuses son treintañeros a la deriva -dos arquitectos y sus parejas respectivas- contemplados sin la menor clemencia. La función transcurre a lo largo de dos cenas, dos 'cenas de matrimonios', para decirlo con terminología de Alfonso Paso. Un modelo que también hace arrugar cejas: la llamada 'comedia de tresillo'. La diferencia entre Paso y Joan/Sánchez es que aquí al tresillo le prenden fuego, metafórica y literalmente. Pasa un año entre la primera cena y la segunda, y más desastre, más caos y más desentendimiento no pueden caber en un comedor. Sólo hay un personaje que se salva: el más lúcido, el de la periodista Susanna, interpretado por Teresa Sánchez. Pero no les voy a contar el argumento. Ni reseñar sus giros constantes. Pero hay otra cosa que me interesa más: se la cuento en el siguiente apartado.
Dos. La energía trágica. Joel Joan y Jordi Sánchez parten de sus dos 'tipos' habituales, ya dibujados en Kràmpack, y desmesurados, en clave de farsa amable, en Plats bruts: el clown y el augusto. Jordi Sánchez es el augusto pusilánime, maniático, en la más pura tradición de Capri; Joel Joan es el clown achulado, manipulador, verborreico, y en el fondo tan desventurado como su compañero. El principal factor de riesgo de Excuses estriba en que utilizan esos 'tipos', a los que su público está acostumbrado -y no hablemos ya del personaje de la castradora Begoña, que Mónica Glaenzel interpreta como reverso de su habitual perfil de contraaugusta-, para darles la vuelta, demolerlos y ponerlos al desnudo. Para, en una palabra, convertirlos en antihéroes trágicos, porque eso acaba siendo Excuses: una terrorífica tragedia de la asfixiante banalidad cotidiana. ¿Cómo regular el tránsito de la comedia a la tragedia y lograr que la asfixia no nos expulse de la obra? Joan & Sánchez conocen a sus clásicos, y saben muy bien que para que funcione el suicidio de Treplev en La gaviota hay que envolverlo en una letárgica partida de cartas en la que parece imposible que vaya a 'pasar' nada. O que sea un fool inesperado el que le lleve el áspid a Cleopatra.
Así, en Excuses la negritud del trazo está compensada, equilibrada y potenciada por la energía de los cuatro intérpretes y la viveza de la observación, que viene del texto y que ha sido entendida y mejor servida por su joven director, Pep Anton Gómez. El final de Excuses es una sucesión de patadas en la boca, pero la sensación es, curiosamente, de plenitud, de liberación. Catarsis, si se quiere, pero no tanto por el sorprendente estallido que la clausura, sino por la destreza en el crescendo, en la tensión continuada que lo cimenta. Esto es muy difícil de conseguir. Que la función acabe 'abajo' y nosotros 'arriba' no se ve todos los días. El final de Soc lletja te helaba la sonrisa en la boca, porque la patada era demasiado rotunda. Aquí, ese juego de patadas tiene la ligereza alada de, por así decirlo, la tríada gloriosa (Cameron Díaz / Drew Barrymore / Lucy Liu) de la efervescente Los ángeles de Charlie: no se me ocurre mejor comparación.
Tres. La semana que viene les hablaré de mi segundo botín madrileño: My Fair Lady, la mejor producción musical de la cartelera. Y después, el West End: las perlas de la cartelera londinense. Permanezcan atentos a esta pantalla.
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