Del coro trágico femenino al coro libre
Ante la incierta situación derivada de la toma de Kabul por la Alianza del Norte y los augurios de una enrevesada victoria militar en la que van a reclamar tajada distintos comandantes hostiles entre sí, coyunturalmente unidos, con probados antecedentes de criminalidad, valoramos la iniciativa de Emma Bonino reclamando la presencia de políticas afganas en el gobierno provisional y convocando para ello una jornada internacional de ayuno que se celebró el 1 de diciembre. Simbólico gesto, secundado internacionalmente, pues urge la inexcusable presencia de mujeres en el futuro gobierno. La premisa de partida es real: existen organizaciones de mujeres activas en la resistencia y el exilio, políticamente definidas desde años. Rawa y Hawca han sido escuchadas en nuestro país, conocemos a sus líderes, su actividad y sus programas. Tal circunstancia trae a la memoria aconteceres del propio devenir, lo cercano de nuestros imposibles en el arduo camino hacia la plena ciudadanía, en demasiados aspectos pendiente.
En 1931, durante el gobierno provisional de la República española, dos abogadas feministas obtuvieron inicialmente el acta de diputadas. Una era Victoria Kent, la otra Clara Campoamor. Pero sólo Campoamor, frente a la totalidad de una Cámara enfrentada a su propia incongruencia, defendió el voto femenino. Su único método argumental fue atenerse al iusnaturalismo consagrado por Jefferson en la Declaración de Independencia de Estados Unidos de 1776. Ese mismo principio ilustrado fundamentaría en 1948 la Declaración de Séneca Falls, con que arranca ya de manera definitiva el movimiento sufragista. Declaración llamada 'de sentimientos' promovida por Elisabeth Cady Stanton y Lucrecia Mott y suscrita por setenta mujeres significativas y treinta varones. Sorprendente equilibrio paritario que aún tratamos de convertir en práctica normalizada. A la denominada en su escaño 'señorita' Campoamor, a su excepcional lucidez como jurista y parlamentaria y a su coraje debemos que España fuera el primer país del Mediterráneo en otorgar el voto a las mujeres. Una sola profesional, suscribiendo la República laica e interclasista, reclama la libertad y la igualdad entre los sexos, emplea la lógica de principios de sus antecesoras. Encajando dislates, iniquidades y bandazos contradictorios en todos los grupos políticos, expuesta a la laceración machista de no pocos periódicos y 'a la negra influencia del clero' pero alentada por la categoría política y humana de algunos, el diputado socialista Cordero y el liberal Francisco Barnés Salinas entre los de mejor recuerdo, Campoamor pudo culminar su tarea. Había acertado integrándose en la Comisión de Constitución, encargada de la redacción previa del articulado, donde pudo ejercer un voto particular decisivo en el debate cameral posterior. Campoamor supo afianzar la transparencia jurídica suficiente en la redacción del documento previo y obtener el apoyo individual de parlamentarios sometidos a potentes tensiones, pero favorables a la causa, y el de otros conversos a quienes honra haberse zafado de erráticas disciplinas partidarias. Así lo declara al comienzo de Mi pecado mortal, el voto femenino y yo, oportunamente reeditado por el Instituto Andaluz de la Mujer: 'Defendí esos derechos contra la oposición de los partidos republicanos más numerosos del Parlamento, contra mis afines'. Luego recuerda que debe al partido socialista y a algunos republicanos los votos decisivos. En cierto momento, cuando desconcertada por la falta de lógica masculina preguntó por la causa de tan tenaz oposición, un compañero, sincerándose, reconoció: 'Tiene usted razón, no es lógico, es... la caverna que llevamos dentro los hombres'. Cavernas individuales ocultas en la geografía desértica de ese frente normativo previo que Amelia Valcárcel señala como verdadero freno del avance, no el estado. Sí las clerecías.
Si algunas políticas afganas, respaldadas en el escenario político mediático y por la opinión democrática mundial, lograran un lugar en el gobierno provisional, encontrarían el modo de deshilar el más cruel burka-sudario que ha envuelto a la 'muerte civil' femenina, así de certeramente nombrada y denunciada hace siglo y medio en la Declaración de Séneca.
Asiste la razón a Emma Bonino cuando declara, como acaba de hacer en el Primer Encuentro de Mujeres del Mediterráneo en Andalucía: 'La religión de estado tiende fatalmente a enmarcar en sus normas y a someter a ellas a quien cree y a quien no cree'. Recuerda que hoy, en la laica Europa, donde no se admite equivalencia 'entre pecar y delinquir', hay más de treinta millones de musulmanes que profesan libremente. Aquella negra influencia del clero, en el decir de Campoamor, ha instituido en todos los países donde existió el binomio Iglesia-Estado cárceles de conciencias para hurtar derechos a las mujeres e incitar al maltrato y al crimen. El movimiento sufragista, recordemos, comenzó a articularse cuando sus pioneras norteamericanas, con fundadas sospechas en la mano, se decidieron a revisar los textos originarios de La Biblia protestante. Entonces 'las feministas orientaron sus vindicaciones hacia la legislación secular que ordenaba la fusión del hombre y la mujer en 'un solo ser', que por supuesto era el del varón'. Así lo expresa Alicia Myllares en su prólogo a la reedición de la histórica Biblia de las mujeres, a la vez que recuerda que 'las inglesas casadas que se negaban a regresar al domicilio conyugal eran castigadas con el encarcelamiento'. ¡Cuántas máscaras legales encubridoras del terrorismo doméstico practicado contra las mujeres en todas las sociedades! Recuerda Mabel Pérez Serrano que existió hasta los cincuenta en nuestro país la figura legal del depósito de la mujer en casa paterna o convento, aplicado a los intransitables cauces de petición de separación o nulidad matrimonial. Una curiosidad carpetovetónico-talibán.
Las activistas afganas han practicado la excelencia civil y peleado por la democracia en toda esta locura cavernaria de quienes ostentan mayúscula de Señor por méritos de sangre. Ellas merecen nuestro inexcusable apoyo democrático y nuestra solidaridad. Llevamos siglos ensayando formas incruentas de invención de un coro libre capaz de sustituir con su presencia y sus palabras al coro femenino trágico. Y tampoco es fácil que se abran las puertas de los teatros a semejante apuesta. Pero hay que persistir. Secundar la jornada de ayuno de Emma Bonino supuso apoyar la decisión de Fátima Gailani en Bonn: 'No me conformo con quedarme a medio camino, no pararé hasta conseguir nuestros derechos como mujeres'. Clara Campoamor tampoco se conformó.
Margarita Borja es directora del Teatro de Las Sorámbulas.
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