_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Continuación

Ayer les dije que no podemos permanecer en nuestros trece, porque se nos lleva el viento. Era demasiado sencillo. Lo que el viento se lleva son nuestras palabras. El caso es que apenas somos algo más que un puñado de palabras, en eso consistimos. Así como el haz de luz que el faro lanza sobre la embarcación permite que la divisemos, así el lenguaje nos hace visibles. Nuestras palabras nos iluminan, y cuando el viento barre unas, otras palabras vienen a ocupar el vacío. Al viento lo mueve el dolor de las víctimas, el deseo de los supervivientes, la vesania de los verdugos. El viento me ha barrido palabras como 'vanguardia del proletariado', 'compromiso intelectual', 'ser un rojo' o 'un tonto útil'. Tras el fin de la inocencia, estas palabras remiten al museo de los objetos que precisan intérprete. A los jóvenes les suenan como a nosotros nos sonaron 'enseña nacional', 'democracia orgánica', 'adicto al régimen' o 'camisa vieja'.

El viento no cesa y se nos lleva las palabras. Los alumnos de Carlos no saben quién es Buster Keaton, los míos nunca han visto películas de Godard. También son palabras arrasadas por el viento. Hace unos años, los comerciantes eran 'pequeños burgueses protofascistas', hoy les he visto abrir sus sombrajos rebosantes de hortalizas en Kabul y he creído que lo peor de la guerra había pasado.

Algunas palabras dan a luz, otras matan. El conmovedor testimonio de Victor Klemperer, recién editado por Minúscula, sobre las palabras que día a día corrompió el Tercer Reich nos ilumina sobre las palabras asesinas. Por eso la vieja prohibición 'No tomarás el nombre de Dios en vano', hoy, en el tiempo de las palabras masivamente corrompidas, debe traducirse por: 'No tomarás tu propia palabra en vano'. La repetición enrocada de las palabras muertas nos hace vanos, huecos, vanidosos de nuestro vacío. Quien vive entre palabras muertas está muerto para todos, menos para él y sus colegas de cementerio.

Como el deseo, el viento no descansa. Vivir es desear el deseo. Sosegar el deseo, habitar entre palabras muertas, tratar de que el viento se calme o gire hacia atrás, es darse por muerto. Llegados a este punto, 'que los muertos entierren a los muertos'.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_