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Los hijos del Excels

El Excels ha envejecido y los tics faciales han dejado paso a una depresión senil. Desde Operació Ubú, la primera de la saga de Albert Boadella, han pasado más de 20 años y las jóvenes generaciones empujan: los hijos del Excels han crecido y ya tienen un papel. En el nuevo Ubú, dos de ellos, con batas escolares, cruzan el escenario con carteras repletas de fajos de billetes, juegan al monopolio en el domicilio familiar, se intercambian empresas ante la mirada condescendiente de sus padres. Mas allá del delito con mayúsculas, los retoños del Excels se entregan a pequeños hurtos -el monedero de la asistenta- e incluso a traviesas experiencias con hachís.

Junto a los hijos, otra novedad de este Ubú es Mas Cardat, el delfín. Sus retratos estilo Kim-Jong-Il cuelgan de los despachos oficiales y su sola visión paraliza la pierna derecha del Excels.

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Una auténtica puñalada trapera

Los mossos, mientras, se entregan a juegos priápicos con sus pistolas. Alguno de ellos, en un catalán rudimentario, añora los tiempos en que don Juan Antonio estaba al frente de la Diputación.

La obra se cierra con una metáfora de Cataluña: un retablo de autómatas heredado del Excels que Pasqual Maremàgnum, su sucesor, pone en marcha gracias a un mando a distancia. Y todo continúa en su sitio, los monjes de Montserrat, Pau Casals, el caganer, el jugador del Barça, la Moreneta... La patafísica del padre de Ubú, Alfred Jarry, la ciencia burlesca para estudiar las excepciones, no tiene sentido: no hay excepción que se atreva con la regla.

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