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CRÓNICAS
Columna
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Qué más quieren

Juan Cruz

La gente no lee tanto como dice, es verdad. Y se nota. Se nota en la vida cotidiana, en los telediarios y en las conversaciones, en el Parlamento y en los periódicos, en los dispensarios y en los bancos, en el metro y en los autobuses, en los taxis, en las películas y en las series de televisión, en el parlamento de los líderes políticos y en la manera de hablar de los economistas. De las 75.000 palabras que podemos decir, según los diccionarios, el de Seco y el de todos los demás, pronunciamos menos de 5.000, y ni el 10% de ellas son necesarias para resumir las conversaciones que uno escucha en el metro o en la tele. No se ha empobrecido la lengua, que ésa vive su vida, se ha empobrecido la cultura, y esa sólo se adquiere leyendo: no está en el fugaz peso del cine, o no lo está exclusivamente, no nos mira sólo desde los cuadros o desde las partituras. Está en la lectura, y ésta está sólo en los bancos de la escuela. En España han suprimido la lectura en las escuelas, qué más quieren.

Doris Lessing alertó en Oviedo sobre el problema mundial de la falta de lectura, que está dejando atrás el concepto de persona culta. Érase una vez la persona culta, empezó diciendo la autora de Canta la hierba, como Ángeles Mastretta dice 'yo vengo de un tiempo humano', para significar que ahora no es mejor el tiempo, ni son mejores la educación y la cultura. La frase de Lessing la recordaba hace unos días en Abc el presidente de los editores españoles, Emiliano Martínez, al comienzo de la campaña que la entidad que preside ha organizado -con el Ministerio de Cultura- para que la gente sepa que es mejor leer más: para su vida, para su formación, para seguir. En la inauguración de esa campaña de apoyo a la lectura, tres escritores -José Luis Sampedro, Rosa Regás, Ángel González- explicaron el nacimiento de su formación como lectores, y los tres llegaron a distintas formas de nostalgia: la vida como un barco rodeado de libros (Sampedro), la relación con la lectura como arma para recuperar la salud civil -Rosa Regás dijo que leer previene contra la violencia de los fundamentalismos- y la memoria de los maestros que nos llevaron a construir nuestra vida en torno a los libros (Ángel González).

Cuando la Casa de América abrió su ciclo de lectores que leen, el nicaragüense Sergio Ramírez (que lo inauguró) confesó que era la primera vez que hacía en público esta aventura de darse cuenta en vivo y ante mucha gente de los posibles defectos de su escritura en progreso, aún sin terminar: escribir es suprimir, dijo, como Kafka y como Monterroso, y leer también es suplantar lo que otro escribe, sustituir unas frases por nuestras propias ocurrencias, darle la forma que nuestra propia imaginación impone: ninguno de los cigarreros de Cuba que escuchaban a alguien leerles las aventuras de Dumas se quedaban con la misma versión de El conde de Montecristo; cada uno escribía su propia novela. Leer es dotarse de un banco de imágenes que no está en ningún soporte y que reside en la memoria y en la imaginación de cada uno. Y vive con uno para siempre, y para bien.

El desdén con el que se ha tratado la más reciente, y más grave, de las carencias culturales no es un problema que afecte necesariamente a editores, libreros o bibliotecarios. Afecta a la calidad de la vida, a la civilización, a la vida cotidiana. Lo que queda de la lectura, en el niño, en el joven o en el adulto no es sólo la memoria estética de lo que otro imaginó para él, sino el sedimento de su propia personalidad. Una campaña a favor de la lectura como la que ahora amanece no debe entenderse como la expresión de una preocupación del sector que hace los libros y los vende. Leer es mucho más que esa circunstancia, siendo además esa circunstancia.

Doris Lessing prevenía contra las consecuencias civiles de lo que según ella será un desastre: no leer.

¿Será un desastre? Seguramente ya lo es. En la escuela no leen los niños, qué más quieren.

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