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Una noche entera de espera para confirmar un fallecimiento

A Carmen Tejero le resolvieron todas sus dudas por el peor sitio. A primeras horas de la mañana de ayer, según recordaba a la salida del funeral su amiga y compañera de viaje, Concepción Ortés, le informaron de que su marido estaba muerto.

Ángel Esquerres (ella lo pronuncia Ezquerra) fue uno de los últimos cadáveres en identificar, por lo que oficialmente toda la noche fue un 'desaparecido', hasta que algún forense logró casar sus restos con su nombre.

Carmen, entre las atenciones infatigables de los psicólogos, se barruntaba algo. En la noche del miércoles, Carmen, Meleche Navarro y Concepción Ortés supieron que su amiga Tomasa Polo había fallecido. Desde entonces, cada hora que pasaba hacía que la incertidumbre sobre lo que le había pasado al esposo de Carmen se fuera diluyendo y en su lugar sólo quedara la espera de la confirmación de la muerte.

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Ayer, durante el funeral, esta aragonesa de 73 años estaba sentada frente al féretro de su esposo, cubierto en parte por una corona de claveles rojos y blancos y con el número 7 estampado en adhesivo. A su lado, estaban sus amigas, dos de sus tres hijos y una nuera. El trabajo de los psicólogos funcionó y se mantuvo entera, como casi todos los parientes de los 19 fallecidos por los que se celebraba el funeral en La Palma del Condado.

Al final de la ceremonia religiosa, se acerco a la caja que contenía el cuerpo de Ángel, se dobló y lo besó. También siguió entera cuando tuvo que acercarse para culminar los trámites judiciales para el traslado del cadáver hasta Torredembarra (Tarragona). Poco después, se montaría en un autobús fletado por la Generalitat de Cataluña junto a sus hijos para irse a su casa. Los féretros empezaron a partir hacia Cataluña a media tarde.

Objetos personales

La muerte de un ser querido es siempre algo abominable para la razón. Pero, cuando uno piensa que esta persona o personas están disfrutando y todo llega de sopetón, el choque es más terrible si cabe.

Decenas de personas portaban ayer entre sollozos pequeñas bolsas de color verde, numeradas del 1 al 19 y en las que ponía 'Guardia Civil. Objetos personales'. Todo era dolor en ese pabellón de un pueblo de Huelva.

Entre ellos, una persona destilaba vitalidad y tristeza al mismo tiempo. Era Joan Murgó. Su mujer, Emilia, había fallecido en el accidente del que él había salido ileso. Le acompañaban en el funeral sus dos hijas, nacidas de un matrimonio con otra mujer, también fallecida. Con paciencia narraba lo que recordaba de lo sucedido a quien se lo preguntará.

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