_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ibérica nación

En estos días se habla mucho de patriotismo constitucional. Cabría decir, como humilde intento de resumen, que quienes recelan del patriotismo constitucional suelen abrazar otros patriotismos a escala menor: cariños periféricos que han protagonizado el discurso territorial desde la transición. Por su parte, quienes difunden el patriotismo constitucional parece que aceptan con sutil desencanto que España es una compleja nación de naciones. En cualquier caso, se trata de un asunto de la mayor importancia. Tanto que PP y PSOE se pelean por la apropiación del concepto, que yo veo más cercano al discurso de Zapatero que al de Aznar, aunque uno y otro se saben la Constitución y siempre serán fieles a su dictado sabio, implicador y democrático. Fieles a ese dato, para algunos doloroso, y para la gran mayoría estimulante, de que España existe y tiene futuro. Pero no es España el tema de este artículo, aunque lo parezca, sino el de la brumosa Iberia. He ahí un lugar de encuentro irrebatible. Iberia también existe. Iberia, donde hemos dado en vivir. Iberia, que es Europa y que no lo es del todo; algo parecido al Reino Unido: ellos son unas islas y nosotros una virtual balsa de piedra, como intuyó Saramago, a medio camino entre América y Europa. Mucho más cerca en nuestro corazón La Habana que Bruselas, al margen del euro y sus ventajas. Iberia existe y ahí también entran los vascos, que son ibéricos, proto-ibéricos cabría decir, y por supuesto los portugueses, que siempre nos iluminan con su visión iberista, hoy más actual que nunca. Iberistas fueron en vida Pessoa, Miguel Torga o Cardoso Pires; y lo son ahora el citado Saramago, o Lobo Antunes quien dice sentirse más ibérico que europeo. Porque al norte de los Pirineos alienta una otredad que no se nos revela en Lisboa. Tampoco en México o en Buenos Aires. Vivimos en Iberia, y parece que cada vez importa menos subrayar lo hispánico o lo lusitano, lo atlántico o lo mediterráneo. La política de un país es su geografía, como bien dijo Napoleón, y conviene recordar que somos ibéricos, tal vez el único patriotismo plurinacional que está a salvo de prelados y generalísimos, de historiadores sesgados y de pistoleros a secas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_