Arte de prudencia

El innegable atractivo de este libro es el de observar la mente de un filósofo profesional y de largo aliento reflexionando acerca de los temas tradicionales de controversia moral sin apelar a otra cosa que lo que alguien llamó 'el sano entendimiento común' sin temor a perder dignidad epistemológica al someterse a estas exigencias argumentales. A lo largo de las páginas de este ensayo, la motivación más insistente es la de evitar los maximalismos. Así, por ejemplo, al hablar acerca de la mentira, Kolakowski abandona toda esperanza de que tal cosa pueda evitarse, e incluso acepta la tan discutida tesis de que la mentira puede estar justificada en ciertos casos, para evitar males mayores. Lo único que el autor nos ofrece son algunas máximas para limitar sus perjuicios: en primer lugar, no mentirnos a nosotros mismos, es decir, ser conscientes, cuando mentimos, de que lo estamos haciendo; en segundo lugar, cuando mentimos 'por una buena causa', sospechar de nuestra bondad si los fines de esa causa coinciden con nuestros intereses; tercero: comprender que incluso las mentiras justificadas son mentiras y, por último, tener en cuenta que, además de dañar a los demás, la mentira envenena a medio plazo el espíritu del que la practica. Este mismo talante prudencial domina las reflexiones acerca de la igualdad -deseable cuando se trata de dignidad y derechos, pero funesta cuando intenta suprimir el mercado debido a sus injusticias- o la violencia: puesto que no es posible soñar con su erradicación de la conducta humana, soñemos al menos con su limitación a la lucha contra el delito. No se confundirá, sin embargo, prudencia con 'debilidad': cada vez que Kolakowski se enfrenta a uno de esos asuntos en los cuales los intelectuales suelen ser proclives a la demagogia, muestra su perfil más rígido: si se trata de elegir el menor de dos males, la intolerancia (a pesar de sus terribles consecuencias) es preferible a la indiferencia; o bien en el caso de la responsabilidad: aunque, la responsabilidad adopta una figura nítida solamente cuando es individual, la participación en entidades colectivas es algo que los seres humanos no hemos elegido, pero de lo que no podemos prescindir sin arriesgar nuestra felicidad, y por ello hemos de aceptar en algún grado ser copartícipes también de lo que nosotros no hemos hecho. Especialmente claro es el capítulo acerca de la libertad, en donde Kolakowski alerta al lector contra dos errores bien comunes: el que consiste en identificar el ser libre con la capacidad de lograr la plena satisfacción de todos nuestros deseos y expectativas y el que consiste en despreciar las llamadas 'libertades formales' jurídicamente garantizadas; aunque es cierto que esas libertades sirven de escaso consuelo a quienes padecen miseria material extrema, no lo es menos que estas miserias se agravan y se multiplican allí donde faltan las libertades formales. Estos capítulos sobre 'grandes temas' se completan, finalmente, con otros en los que aparecen asuntos aparentemente menores. Así, encontramos referencias a los viajes como una expresión de nuestra confianza en el mundo, a la obsesión por la fama y el lujo, al aburrimiento o a los juegos de azar. La conclusión podría ser que no es lícito quejarse de este mundo si somos incapaces de inventar uno diferente, y que es más inteligente aprender a vivir en él.