Los intentos de un periódico
Alrededor de Juan Tomás de Salas y bajo su impulso se formó aquel núcleo inicial de Cambio 16, semanario de economía y sociedad, que apareció en 1971 dispuesto a traer aquí nuevos usos periodísticos, vividos en París y Londres en las redacciones de France Presse y de The Economist. En el Ministerio de Información y Turismo con aquel titular, Alfredo Sánchez Bella, que acababa de obtener el cierre del diario Madrid, todo eran aprensiones. Pero los recién llegados impusieron un estilo desconcertante que ensayaba cada semana las posibles fisuras del régimen franquista para conectar con un público que siguió ignorándoles durante tres años.
Al fin, la enfermedad de Franco en 1974, la flebitis, permitió que Cambio 16 se encontrara con los lectores que desde el comienzo merecía. Las crónicas de Pepe Oneto, hiladas en el restaurante de La Marquesita junto a las tapias del palacio de El Pardo, fueron el catalizador que dio circulación y venta a la revista cuando su resistencia económica estaba a punto de agotarse. El crecimiento fue exponencial y así se llegó al hecho biológico, la muerte del dictador, que volvió por sus fueros y concluyó su jefatura del Estado enviando cinco penas de muerte cumplidas al amanecer del 27 de septiembre de 1975, apenas un mes antes de que el equipo médico habitual con el yernísimo, apodo bajo el que se conocía al marqués de Villaverde, al frente optara por desenchufarle en la clínica de La Paz. Entonces los españoles decidieron sorprender a los hispanistas y en lugar de reaccionar como apasionados mediterráneos se las dieron de fríos bálticos.
Empezaba una nueva y definitiva fase de la transición y unos meses después, en mayo, aparecía en los quioscos EL PAÍS, un diario cuya autorización venía bloqueando aquel régimen agonizante desde hacía cinco años. Fue en ese momento cuando Juan Tomás de Salas pensó que debía dar un paso al frente, que la fórmula de Cambio 16 sería de éxito seguro si adoptaba también el ritmo diario. Decidió doblar su apuesta poniendo toda su capacidad de entusiasmo y de improvisación en juego. En algo más de cinco meses y medio, a mediados de octubre siguiente se hizo la botadura de Diario 16. El silogismo de partida era muy elemental. Si hemos inventado una nueva fórmula periodística de éxito imparable está claro que al ofrecerla cada día funcionará de la misma manera. Pero enseguida se hicieron notar las diferencias. Se trataba de un proyecto periodístico montado al aire, sin empresa, sin medios económicos, sin plan financiero, sin instalación industrial, fiado al genio personal y a la capacidad de encantamiento de su promotor. Por eso, las consecuencias fueron graves e inmediatas. La primera de todas, la precariedad, compañera permanente de todos aquellos intentos voluntaristas.
Aquel Diario 16, que nos enamoraba y al que nos entregamos, del que fui director desde el 16 de marzo de 1977 hasta el 30 de mayo de 1980, tuvo carácter. Fue un adelantado. Se constituyó en una plataforma periodística de extraordinario valor, hizo avances noticiosos de mérito excepcional, adoptó posiciones editoriales en la vanguardia de la defensa de las libertades públicas, prestó contribuciones de primer orden a la instauración de la democracia, dio la batalla a las amenazas del terrorismo y del golpismo -ahí queda su denuncia de la intentona del general Torres Rojas en enero de 1980, a la que reaccionó el Gobierno abriendo un Consejo de Guerra al director y permitiendo que el militarote continuara su conspiración hasta consumarla el 23-F del año siguiente-, en su redacción se foguearon muchos de los mejores periodistas en ejercicio, a los que enseguida ofrecían otras oportunidades profesionales, mejor remuneradas y con más puntualidad, sin las incertidumbres de la Casa 16. Y abrió muchos caminos que otros siguieron con los medios y la intendencia de la que allí se carecía. Salí dejando un periódico con 50.000 ejemplares de venta y unas deudas a corto, medio y largo plazo de 40 millones de pesetas. Diez años después la circulación se había más que duplicado y las deudas se habían multiplicado por 100. Se había instalado el principio de no reparar en gastos.
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