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Columna
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El partido

Hoy, para millones de españoles, el Madrid-Barça de mañana es un acontecimiento incorporado a sus vidas. No una excursión fuera de ella, sino un pedazo de biografía pura que lleva consigo el partido. Hace ahora 20 años, y en vista de que los buenos o malos resultados del Elche CF me afectaban tanto, decidí escribir un libro sobre los mitos, sensaciones y símbolos del fútbol. Era yo y somos millones de aficionados los que quedamos exultantes o deprimidos al final de una jornada según el resultado del marcador. El sencillo marcador determina no ya la clasificación del equipo, sino que realiza una clasificación de nuestro estado y quién sabe si un augurio de nuestra existencia. La adhesión a un club de fútbol, a un caballo de carreras, a un juego de azar, hace delegar una parte de nuestro aliento en el resultado de aquéllo, y a través de su aventura nos vivimos. ¿Falsamente? Claro que no. La ficción no es algo segregado de la realidad, como el pensamiento mágico no se escinde de la experiencia entera. Con el fútbol, además, uno ve representados tantos aspectos de la existencia, desde la suerte a la injusticia, desde la cooperación a la venganza, desde el dinero al coraje, que es imposible no creer en él. Si para mañana hay una expectativa extraordinaria entre hinchas es porque en un encuentro se concentra una verdadera apuesta para ser desdichado o feliz tal como si se apretara en esos noventa minutos la gama completa de las emociones. Hay una vida infinita desde el pitido inicial hasta el fin del tiempo reglamentado. Una narración enciclopédica por la que desfilan grandísimas categorías morales, miedos, alborozos, esperanzas, desconsuelos. Seguir un partido de fútbol es equivalente a ejercitarse en un extenso catálogo del corazón y de la mente y con una intensidad de altísimo grado. Hay mucha gente todavía que no entiende estas cosas, pero cada vez menos. Ningún suceso en el planeta ha logrado reunir a tantos espectadores palpitantes como una final de la Copa del Mundo. Con una particularidad milagrosa añadida a ese supersuceso real: que su gravísima consecuencia es banal, que su enorme importancia es pueril y que su formidable trascendencia resulta misteriosamente nada.

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