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Columna
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'EL HIJO del Tiziano, para hacerla inmortal, /compuso este retrato, de mutuo amor testigo; / a partir de este día él dejó de pintar...'. El autor de estos versos era un supuesto segundo hijo del genial pintor veneciano, un tal Pomponio Filippo Vecellio, que había sobrevivido a su longevo padre y a su hermano mayor Orazio, pero que parecía más dispuesto a disfrutar la fortuna heredada de ambos que a sacrificarse por mantener su prestigio artístico. Alfred de Musset (1810-1857) publicó, en 1837, la novela El hijo de Tiziano (Littera), donde, con no pocas claves autobiográficas, imagina el voluntario desperdicio del talento y de todos los parabienes recibidos por parte de este segundón, al que su pasión por los placeres de la vida le alejan irremisiblemente del esfuerzo creador. Ni siquiera el acicate de la entrega amorosa de una joven y hermosísima viuda de la aristocracia veneciana, Beatriz Loredano, cuya ilusión era restituirle en la abandonada profesión pictórica, para la que estaba superdotado, logró que el perezoso Pomponio realizase ese único y maravilloso retrato, al que iba adjuntada la leyenda en verso de que su autor no pensaba coger ya nunca más el pincel.

Aventurero y con una vida plagada de amoríos, Alfred de Musset perteneció a esa brillante generación de artistas franceses que tuvieron que enfrentarse, por primera vez, y en toda su crudeza, con el materialismo burgués. Fue el momento conocido en Francia como la Monarquía de Julio, el régimen del 'juste milieu' cuyo rey, Luis Felipe de Orleans, se jactaba él mismo de burgués. Dadas las circunstancias, muchos jóvenes artistas optaron por el suicidio o la disipación bohemia, mostrando así la incompatibilidad futura entre ser un hombre de provecho y dedicarse a la creación. A pesar de sus tendencias hedonistas y su profundo desencanto, Alfred de Musset logró realizar una obra memorable, en la que, sin embargo, destaca La confesión de un hijo del siglo, un amargo alegato en el que se explica por qué resultaba casi imposible ser artista en el entonces apenas empezado siglo XIX.

Un siglo y medio después de esa década de 1830, en la que De Musset publicó las dos obras antes citadas, el 25 de noviembre de 1970, el escritor japonés Yukio Mishima, tras arengar inútilmente a la tropa de un cuartel que había asaltado con sus compinches, se suicidó mediante el tradicional ritual sangriento del seppuku. Con el título Lecciones espirituales para los jóvenes samuráis (La Esfera) se acaba de editar en nuestro país un libro, donde se contienen los últimos textos de este exaltado escritor, al que ni la realización de una copiosa y, por lo general, bien acogida obra literaria, ni el arte en sí lograban colmar. En estos escritos de despedida, Mishima insiste en la incompatibilidad entre la vida y el arte, y en su personal frustración por haberse dedicado con ahínco a éste, que, en nuestra época, carece de significado. Sin embargo, nunca el arte ha sido tan popular como hoy.

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