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Crítica:'Incendiaris' | CRÍTICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una sátira brechtiana

Alegoría más que metáfora o que sátira del temor de la pequeña burguesía centroeuropea hacia el posible ímpetu revolucionario de los años cincuenta, Incendiaris es también -tanto en el original de Max Frisch como en este montaje de Carles Alfaro- recreación irónica de ese mismo temor. Primero, porque -tanto en el original como en este interesante espectáculo- los incendiarios semianarquistas están vistos desde los ojos de sus oponentes, lo que convierte sus figuras en poco menos que caricaturas afiladas de una incómoda realidad de subsuelo que se les escapa. Más dibujada está la pareja de burgueses, a la que, a fin de cuentas, todos conocemos bastante mejor, como ese implacable señor Biederman que arruina a su socio, que se suicidará, o su esposa, un ama de casa con posibles que prefiere ignorarlo casi todo. Más allá de esos aciertos de composición, y de montaje, se sitúa esa ambigüedad histórica que lleva a las presuntas víctimas a desear congraciarse con sus enemigos naturales para evitar su propio desastre, aspecto éste por donde el montaje de Carles Alfaro se abre hacia otras muchas interpretaciones de actualidad. En cualquier caso, cabe decir que la definición de los protagonistas es casi perfecta, con la dicción ajustada, lo mismo que sus miedos y sus patéticas argucias -pérdida de la dignidad incluida- para retardar la inevitabilidad del desastre, porque eso es algo que ya no depende de su voluntad.

Incendiaris

De Max Frisch, en traducción de Heike van Lawick. Intérpretes, Teresa Lozano, Enric Benavent, Mamen García, Victoria Salvador, Ferran Català, Albert Forner, Emilio Gaviria. Vestuario, Joan Miquel Reig. Música, Joan Cerveró. Músicos, Gregorio Martinez, Josep Sanz. Iluminación, espacio escénico y dirección, Carles Alfaro. Espai Moma. Valencia.

Potencia narrativaCon todo este material, ribeteado de matices que no es el caso reseñar aquí, Carles Alfaro ha pretendido realizar un montaje brechtiano, con la pareja de bomberos cantores sobrevolando la acción a modo de coro explicativo o las apelaciones directas al espectador, etcétera. Lo que queda del intento, al hilo de una escenografía más utilitaria que imaginativa, que divide el especio en tres compartimentos básicos y más o menos estancos, es la potencia narrativa de lo que sucede en el comedor de la pareja burguesa, con una interpretación que alcanza muchas veces lo fastuoso a cargo de Enric Benavent, verdadero protagonista de este montaje, y de Teresa Lozano, y el convincente trabajo de Albert Forner y Emilio Gavira como incendiarios por placer. Señalo aquí uno de los aspectos más afortunados del montaje, que es una especie de homenaje compositivo a la comedia italiana de los sesenta (Enric Benavent adopta muchas veces la jeta del Mastroiani más comediante y mártir, y Teresa Lozano está estupenda en los subrayados cómicos de ese estilo), lo que introduce en el espectáculo grietas deliberadas de inteligibilidad. Eso, y que el efecto de clausura del montaje es bastante débil, salvo que se quiera indicar que durante los minutos postreros se prepara algo que finalmente no sucede, lo que no parece ser el caso.

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