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XXII MOSTRA DE VALÈNCIA

Un drama sobre pescadores da lustre a la sección oficial

Una película con actores no profesionales, surgidos de la búsqueda durante cuatro meses en el pueblo de Pozzuoli, sorprendió ayer a los espectadores de la sección oficial de la Mostra por su excelente factura. Tornando a casa es el primer largometraje del napolitano Vincenzo Marra, quien demuestra una solvencia impropia de un debutante.

El filme de Marra bebe, aunque su director lo negara ayer en conferencia de prensa, en las fuentes del neorrealismo italiano (particularmente en La terra trema, de Visconti) para 'dar a conocer la historia de unas gentes lejanas a lo que vivimos diariamente', según explicó el propio realizador. Y lo hace por medio de una narración que transita desde la exposición de las vidas de un grupo de marineros y su contacto con la tierra hasta la epopeya de los emigrantes que buscan en Italia su tierra prometida. La última media hora del filme, cuyo argumento recuerda vagamente la odisea de Lamerica, de Gianni Amelio, es un hermosísimo poema al desencanto que no puede dejar indiferente ni al espectador menos sensible.

Dialecto napolitano

Hablada en dialecto napolitano, la película se rodó en circunstancias muy especiales. Marra había logrado una beca de la administración italiana por el guión del filme, pero, en el momento de internarse en el mar para realizarlo, prefirió ocultar los diálogos a los actores, que sólo conocían a grandes rasgos la historia. El resultado es de una naturalidad apabullante porque los pescadores de Pozzuoli 'interpretan a personajes como ellos, pero no dejan de actuar', en palabras de Marra. Y es entonces cuando la película deviene una bella metáfora de la desesperanza cuyas imágenes cautivan más si se piensa en las implicaciones sociales y raciales que sus intenciones esconden.

La poesía de las imágenes de Marra oscureció a la otra cinta presentada ayer en la sección oficial, la francesa 17, Rue Bleue, de Chad Chenouga. La historia de supervivencia de una madre soltera de origen argelino y sus dos hijos en el París de los años setenta sirve a Chenouga para trazar un relato correcto pero incompleto sobre la problemática racial y sus consecuencias.

Hay en 17, Rue Bleue un buen planteamiento de fondo, pero su plasmación en la pantalla deja demasiados cabos sueltos, al saltar la narración desde la figura de la madre abandonada a su suerte tras la muerte de su protector hasta la del hijo que, sin proponérselo, ha de cargar con un mundo que nunca acaba de comprender. Así, la luminosidad que anuncia un comienzo con estructura de comedia se transforma en una tragedia sobre la soledad que nunca parece intencionada.

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