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Columna
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Lo de Rato puede empeorar

Lo decíamos cuando pequeños pero el diagnóstico vuelve a ser exacto a propósito del asunto Gescartera: la situación es empeorable. Ha cambiado el viento dominante y desde las Azores sólo llegan borrascas que descargan su inclemencia de modo sucesivo. La lluvia fina ha dado paso a una lluvia tan intensa como pertinaz era la sequía en aquellos años del hambre y la posguerra. Todos los cálculos tácticos se averiguan erróneos. Cunde el desconcierto en las filas del Partido Popular. El problema es de tal naturaleza que los variados intentos de acudir a maniobras de diversión se revelan inservibles. Las gentes al cargo -¡quién los habrá elegido!- como Vicente Martínez Pujalte, Rafael Hernando o Javier Arenas Bocanegra sólo consiguen agravar todo lo que excusan. Ni siquiera la III Guerra Mundial que acaba de inaugurarse alivia la presión ambiente. Y eso que el Partido Socialista ha preferido actuar con guante blanco, dejando que los agentes de la intemperie prosigan su labor.

El lema del caiga quien caiga proclamado en Menorca se ha independizado de su pregonero. Los soportes más fuertes del Gobierno parecen azucarillos. El vicepresidente segundo y titular de Economía, Rodrigo Rato, llamado a la sucesión según todos los indicios, el mejor dialéctico, el mejor parlamentario, el mejor ministro del siglo, resulta enflaquecido de manera súbita y todo se le vuelven pulgas. Le persigue la mala suerte y entre tantos bancos disponibles le va a tocar en el sorteo el HSBC tan ligado a Gescartera. Imposible además explicar el comportamiento de la Comisión Nacional del Mercado de Valores como órgano regulador. Menuda jaula de grillos que parecen reunidos de propósito para hacerles vivir en la incomodidad y conseguir su mejor manejo con el mando a distancia. Llegan las listas de regalos de Loewe, de Hermes y de lo que te rondaré morena. Sigue sin darse razón de esa increíble lenidad ante los desmanes de un simple Camacho.

Nadie refiere de modo verosímil cómo se paralizaron intervenciones inaplazables, una vez comprobado que en el principio y contra todas las prescripciones había una sola cuenta global para todos los clientes allí aglomerados. Continúa la sorpresa ante la clase de guardia civil que es ese coronel, José Giménez-Reyna, capaz de aceptar invitaciones a París, gratis total, sin averiguar quién paga. Sin salirnos de la saga familiar, el respetado funcionario Enrique recupera la memoria en el juzgado y narra el viaje para negociar la venta de su chiringuito al capo Camacho. Compiten los comparecientes, salvo honrosas excepciones, en esa feria de la mentira en que se ha transformado la comisión parlamentaria de investigación.

Llega el momento de hacer bueno el principio de que nosotros, los del PP, somos incompatibles con la corrupción. La sede popular de Génova 13 ha entrado en erupción y cada día se filtran nuevos detalles que deterioran las posiciones y la credibilidad de los competidores en la carrera abierta de la sucesión. Todos los recados que envían los leales a Moncloa coinciden en propugnar un golpe de timón. Resistir sólo puede empeorar la situación.

Todavía podría escenificarse una dimisión donde Rodrigo Rato asumiera en una carta bien pensada las responsabilidades políticas del caso. Al mismo tiempo se haría pública la respuesta del presidente Aznar colmando de elogios al dimitido y dando a entender que seguirá contando con él cuando concluyan los esclarecimientos pendientes. Véase el ejemplo de Charles Hernu, ministro francés de la Defensa, al que correspondió llevarse a cuestas la responsabilidad por el hundimiento del buque de Greenpeace Rainbow Warrior en el atolón de Mururoa. Todavía se recuerda en qué términos se dirigió a François Mitterrand y más aún la emocionada carta de Monsieur le President que supo después contar de nuevo con él.

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