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Reportaje:EN EL NOMBRE DE ALÁ

La convivencia, el otro reto europeo

Las mujeres no deben guardar luto por mí. Como tampoco quiero sacrificios de animales durante el funeral. Va en contra del islam'. 'No debe asistir ninguna mujer a mi entierro ni acercarse nunca a mi tumba'. Quien manifestó esto antes de morir, y de matar a miles de personas, es Mohammed Atta, en realidad Mohammed al Amir Awad al Sajid. Figura en su testamento, encontrado en una bolsa en el aeropuerto de Boston, donde cogió el vuelo 011 de American Airlines para después secuestrarlo y pilotarlo hacia su terrible destino en la septentrional de las Torres Gemelas. Fue el primero de los cuatro pilotos suicidas y, según muchos, el jefe de la célula terrorista que ha sembrado el pánico en el mundo y provocado una guerra que hace tambalear regímenes y seguridades públicas e íntimas.

'No parece probable que los terroristas de Osama Bin Laden consigan una rápida victoria en sus intentos de propagar el enfrentamiento cultural total'
'Las sociedades europeas están en proceso irreversible hacia el pluralismo cultural, tras haberse afianzado en el pasado siglo en el pluralismo político'
'En Europa no ha habido grandes incidentes antimusulmanes. Pero pese a todos los esfuerzos, la distancia entre las dos comunidades se ha agrandado'

Pero las frases de su testamento, de odio misógino incompatible con todos los valores que la sociedad libre se ha ido creando y considera irrenunciables, no son producto de la mente de un loco fanático al servicio de una red de fanáticos locos en torno a Osama Bin Laden. Sí así fuera, el problema sería puntual.

Esas frases proceden de un texto distribuido por los ulemas de la mezquita Al Kuds. Y esta mezquita no está en la zona talibán de Afganistán. Está en Hamburgo. Está aquí, en Europa, en la ciudad donde se publican los dos símbolos de la libertad de expresión y del librepensamiento alemán Die Zeit y Der Spiegel, en una ciudad cosmopolita en la que conviven sin mayores problemas Sankt Pauli, el mayor barrio chino de Europa, con una elegancia hanseática que parece seguir fiel a los mismos principios de Los Buddenbrook, la célebre novela de Thomas Mann.

La tragedia de las Torres Gemelas ha sacudido al mundo, y no porque en Afganistán se castigue la existencia de las mujeres con saña, sino porque Estados Unidos, ante todo, se siente de repente, por primera vez, vulnerable. Y con el enemigo en casa. Pero también aquí, en Europa, se han disparado los temores, los recelos y las sospechas. ¿Quién es el enemigo? Los servicios secretos de todo el mundo buscan a unos individuos. Pero gran parte de la población europea ha comenzado a intuirlos. Se multiplican las amenazas del prejuicio, el racismo y la discriminación contra millones de musulmanes que tienen tanto que ver con Atta como los habitantes de Londres con Jack el Destripador.

Millones en Europa

Hay entre doce y quince millones de musulmanes en Europa. Han venido a quedarse y van a llegar millones más en un futuro relativamente próximo. Son hechos tozudos con los que los europeos habrán de saber vivir, como advierten todos los sociólogos. Incluso aquellos que se muestran preocupados por ello, como el italiano Giovanni Sartori. Surgen mezquitas en ciudades alemanas, italianas, austriacas, francesas y británicas. Barrios enteros centroeuropeos se transforman lentamente en escenarios urbanos orientales con carteles, ofertas y precios en escritura y números árabes. En Marsella hay zonas enteras en las que es muy difícil encontrar un francés de origen. Berlín pasa ya por ser la mayor ciudad turca, después de Estambul y Ankara

George Bush, Tony Blair, Gerhard Schröder y Jacques Chirac insisten en que la guerra no es contra el islam, sino contra el terrorismo. Parece imprescindible para mantener una amplia alianza en la guerra y conseguir que la mayoría de los países islámicos sean tan benevolentes con la operación contra los talibán como lo han sido en la Conferencia Islámica de la pasada semana.

Pero algunos, como el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, dicen lo que saben que muchos piensan: que el islam tiene elementos incompatibles con la sociedad abierta, libre y laica, y que la responsabilidad de la manifiesta falta de integración recae fundamentalmente sobre aquellos que, llegados voluntariamente, habrían de hacer el mayor esfuerzo. Sea porque buscan réditos populistas, sea porque creen necesario llamar la atención sobre esa falta de voluntad de integración que cada vez irrita más en Europa, en las últimas semanas las manifestaciones de este tipo se han multiplicado en medios políticos y periodísticos de toda Europa. La convivencia se ha resentido.

No parece probable que los terroristas de Osama Bin Laden consigan una rápida victoria en sus intentos de propagar el enfrentamiento cultural total. Incluso en Estados Unidos, y pese al trauma y la indignación por lo sucedido el 11 de septiembre, las reacciones antimusulmanas han sido extraordinariamente aisladas. Nadie podía descartar en su momento que la reacción de odio y resentimiento en un país en el que prácticamente todos los hogares tienen armas de fuego pudiera llevar a auténticos pogromos. La tragedia habría sido completa.

En Europa no ha habido grandes incidentes antimusulmanes. Pero la distancia entre comunidades se ha agrandado, pese a todos los esfuerzos de políticos democráticos y de muchos líderes religiosos musulmanes en toda Europa, que convocaron a rezos y luto por los miles de muertos en Estados Unidos. Como se ha fortalecido asimismo la tendencia de las opiniones públicas a exigir un mayor compromiso de las comunidades musulmanas para con las reglas de juego de la sociedad abierta que las democracias occidentales han construido.

Debate abierto

El debate estaba ya abierto antes de la generalización del miedo tras la tragedia, pero ha alcanzado una intensidad de la que habrá que extraer consecuencias. ¿Tiene el islam elementos incompatibles con la sociedad abierta, libre y laica? En Alemania, en Gran Bretaña y Francia se percibe ya la voluntad política de los Gobiernos de no permitir que, arropadas por una libertad religiosa que no existe en sus países de origen, las mezquitas sean foros de agitación contra los valores de la sociedad de acogida y centros de reclutamiento y recolecta de fondos para organizaciones afines a grupos terroristas como Al Qaeda.

Todas las sociedades europeas están en proceso irreversible hacia el pluralismo cultural después de haberse afianzado en el pasado siglo en el pluralismo político. Pero en las últimas semanas se han reforzado claramente los indicios de que existe una creciente oposición social a que este pluralismo necesario se convierta en un relativismo cultural que mine los valores de ciudadanía, derechos humanos, igualdad de sexos, libertad religiosa y respeto al Estado de derecho.

Son diversas las causas que han generado en las últimas décadas un complejo cultural occidental que hacía prácticamente imposible defender los valores propios de la libertad y ciudadanía sin riesgo de ser tachado de derechista, imperialista o reaccionario. Pero las frases de Mohammed Atta parecen haber convencido a muchos, quizá no a los intelectuales profesionales del odio antioccidental, pero sí a europeos, musulmanes o no, de que el reto de la convivencia es tan importante como el de esta guerra.

Partidarios del teólogo islámico turco Mohamed Kaplan, en el tribunal de Düsseldorf en el que fue juzgado, acusado de ser el líder de un grupo terrorista
Partidarios del teólogo islámico turco Mohamed Kaplan, en el tribunal de Düsseldorf en el que fue juzgado, acusado de ser el líder de un grupo terroristaAP

Una batalla de frentes difusos

ERA EL AÑO 1683, las tropas cristianas del rey polaco Jan Sobieski caían sobre las turcas, que asediaban Viena desde hacía meses, y pusieron fin en suelo europeo a una guerra de culturas que había comenzado con la invasión de España, casi mil años antes. Hoy, los frentes son más difusos. No tenemos grandes ejércitos que se enfrentan en explanadas bajo los montes de Viena junto al Danubio. Pero muchos se sienten tan amenazados como entonces. Las guerras ya no son como eran. Para dimensiones alemanas, es una empresa pequeña Hay Computing Service, radicada en Wentorf, una nada espectacular localidad en el extrarradio de Hamburgo. Propiedad de Tetsuo Hayashi, un japonés dedicado al negocio de la informática, tiene menos de cuatro millones de marcos de ingresos al año, una veintena de empleados, y entre ellos, siempre algunos jóvenes que se costean los estudios con su trabajo de embalaje y transporte de ordenadores y artículos complementarios. Nada del otro mundo. Desde hace semanas, sin embargo, la Hay Computing Service es el foco de atención de los servicios secretos de todo el mundo, especialmente, por supuesto, de los alemanes y norteamericanos. Días después de que ardieran las Torres Gemelas y se hundiera uno de los laterales del Pentágono en Washington ante la embestida del tercer Boeing, cuando la sociedad norteamericana apenas salía del trauma para retomar la acción, comenzaron a concentrarse las sospechas de que algo ligaba íntimamente a la Gran Manzana de Manhattan con este minúsculo suburbio de una de las más elegantes ciudades alemanas, Hamburgo, a la que muchos llaman la más británica de las urbes continentales. Ya está probado que tres de los cuatro pilotos suicidas, Mohammed Atta, Marvan al Shehi y Ziad Farrah, se habían dedicado a la pacífica labor del embalaje en esa empresa mientras diseñaban su larga excursión hacia la muerte y la operación terrorista más insólita y terrible jamás sucedida. Allí, en Hamburgo, entre empresa y mezquita, pendulaban los miembros de Al Qaeda, 'dormidos' hasta recibir las órdenes y el dinero preciso para actuar. Antes habían recibido la atención espiritual que los convenció para matar al infiel.

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