Estadios deportivos: ¿municipales o privados?
Los clubes prefieren recintos propios y las ciudades necesitan rentabilizar los suyos con grandes equipos
Los clubes, y muy especialmente en Barcelona, estadio quieren. Los recintos significan algo más que el de por sí importante patrimonio que reflejan los libros de contabilidad. Acaban por quedar ligados a la esencia de los clubes. Un ejemplo meridiano: directivos, ex jugadores y socios del Espanyol todavía hoy, cuatro años después de que Sarrià fuera demolido, prefieren no pasar por esa zona noble de la ciudad en la que se han erigido más de 600 pisos de lujo y evitar así una triste nostalgia. El Espanyol juega desde entonces en el estadio de Montjuïc. En su reforma, antes de 1992, se invirtieron más de 8.000 millones de pesetas y es gestionado por la empresa municipal Barcelona Promoció. A pesar del déficit del club blanquiazul, periódicamente surgen rumores o declaraciones de intenciones sobre la construcción de otro campo propio.
El Espanyol, que ha renegociado el contrato de utilización del estadio olímpico, por el que ha pagado casi 100 millones de pesetas anuales, se debate entre el coste que supondría la construcción de un nuevo campo -en torno a 6.000 millones- y los pros y los contras de su situación de arrendatario. No tiene que preocuparse por el mantenimiento de la instalación, pero en ocasiones sus jugadores no han podido entrenarse en el estadio o han tenido que sufrir los inconvenientes de compartir su utilización con el equipo de fútbol americano Barcelona Dragons o con otros eventos -convenciones, festivales, conciertos, etcétera- con los que Barcelona Promoció rentabiliza el estadio. Sin embargo, uno de los aspectos que más preocupaban a los directivos del Espanyol, el arraigo en Montjuïc, parece superado. El club cuenta por vez primera en su historia con más de 26.000 socios.
Al contrario de lo que ha sucedido en Sevilla, donde las instituciones han presionado sin éxito para que el Betis y el Sevilla compartan el estadio de La Cartuja, que costó en 1999 la friolera de 30.000 millones, en Barcelona ni siquiera se ha planteado la cuestión. El Camp Nou es una referencia para el culé. No sólo existen razones sentimentales para preservar un campo. La importancia de poseerlo en una zona urbana ha podido ser comprobada. Clubes que han padecido graves crisis económicas las han salvado gracias a la recalificación de sus terrenos. El Espanyol percibió casi 10.000 millones por Sarrià, el Real Madrid, una cantidad que ronda los 80.000 millones por los terrenos de su ciudad deportiva y el Joventut, por su antiguo pabellón, una cantidad que hizo viable su continuidad. La Penya, al igual que la mayoría de los clubes de élite de baloncesto y muchos de fútbol, juega ahora en un pabellón de titularidad pública: el Olímpico de Badalona.
El Barcelona, que en su día también logró la recalificación de su antiguo campo de Les Corts, ha comprobado las ventajas y los inconvenientes de actuar en una instalación municipal a través de su equipo de baloncesto. El Palau Sant Jordi, construido también con ocasión de los Juegos Olímpicos de 1992 y cuya construcción costó 8.300 millones de pesetas, fue el escenario de los partidos del equipo azulgrana desde enero de 1991 hasta noviembre de 1994. Allí llegó a reunir hasta 14.000 espectadores, pero el interés decayó y finalmente regresó al remozado Palau Blaugrana, cuya capacidad, tras su ampliación, es de 8.000 espectadores. El Palau Sant Jordi no es la instalación idónea para disputar partidos de baloncesto; sin embargo, puede albergar todo tipo de espectáculos, y gracias a ello y a la gestión de Barcelona Promoció es rentable para el Ayuntamiento, que hace escasas semanas ha iniciado un proceso de reforma del Palacio de los Deportes que hará posible su transformación en un recinto apto para organizar también allí todo tipo de espectáculos.
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