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Columna
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Flamenco, razón y pasión

La mañana del domingo se abrió, transitoriamente, al esplendor de un otoño más bien borrascoso. De hecho, pocas horas después se abrió a la guerra. Pero en aquéllas que fueron doradas, el paseante tuvo tiempo de cavilar por el sitio que menos apto pareciera a tan funesta manía: la primera Feria Mundial del Flamenco. Una concentración tal de voluntades, insólita reunión de todas las tribus alrededor de la misma candela (Ayuntamiento de Sevilla, Diputaciones, Consejería de Cultura, editores, tiendas... vivir para ver), que no podía ser en vano. No podía ser todo aquello una burbuja de nostalgias en medio del horror. Por raro que parezca, también la globalización ha de tener aquí un sitio, se decía el paseante, como si fuera cantiñeándose por las alamedas futuras del arte andaluz. Edgar Morin, sin ir más lejos, proclama en La mente bien ordenada: 'Para pensar localmente hay que pensar globalmente', y al revés. Una idea que, en realidad, procede del viejo Pascal, pero que predican, de un modo u otro, todas las teorías de la razón moderna, de la nueva Ilustración, con Habermas como profeta incomprendido. Pobre Habermas, con su pragmática universal (global), su nueva autocrítica al sistema, sus implacables reglas para un diálogo perdido... Y que nadie le hace caso. 'Yo soy como el árbol solo /que estaba al pie del camino / dándole sombra a los lobos', se acordó de pronto el paseante.

Así las cosas, el ojo se posaba en la variedad, en los indicios, pero buscando el sentido, el símbolo. Las múltiples fuentes de la memoria flamenca, por un lado: excelente exposición de fotografías antiguas y artilugios fonográficos del Centro Andaluz de Flamenco, que dirige un lúcido cantaó, Calixto Sánchez (lo dicho, vivir para ver). Reediciones de discos y de imprescindibles libros olvidados; familias y nombres mitológicos; fervorosa disputa entre pueblos de la campiña (Morón, Utrera, Puebla de Cazalla...); de Huelva multiplicada en sus mil fandangos, de Almería emergiendo de sus pozos de taranto y pena, de Cádiz radiante entre sus trinos azules...Mas por el otro lado de la dialéctica, que antes se decía, la pujanza, las jóvenes voces (buena colección de caras nuevas, la de Paco Sánchez). Y la fronda comercial, legítima, si no se quiere sucumbir a las trampas del purismo, al pesimismo culturalista y pequeñoburgués, sobre todo en esta mala hora. Lo único que el paseante vio de espantable fueron dos o tres tiendas de 'castañuelas', y no de palillos. (En próxima edición, don Manuel Herrera, ponga usted policía lingüística, por favor).

Y al cabo, la sospecha: ¿estaremos en plena reconstrucción del discurso flamenco, avanzadilla acaso de una reconstrucción del discurso andaluz, que falta hace, en este caos general y con tanto pragmatismo del malo? La base es desde luego mucho más sólida de lo que algunos creen. El flamenco no es sólo una música peculiar, de misterioso origen, sino una forma de vida y un lenguaje completo; comunicación y acción social, tradicional y afectiva (puro Weber); y ejemplo de resistencia a los dictados de la cultura única. En fin, que mucho nos queda que aprender de él, y que muera la guerra y viva Habermas.

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