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Reportaje:TENDENCIAS

El prestigio del reciclaje

España genera al año 17 millones de toneladas de residuos, lo que significa que cada español produce anualmente seis veces su peso en basura. Estos datos pudieron significar antes señales de desidia o despilfarro, pero desde años atrás no existe un índice más expresivo del desarrollo de un país que la suma de desechos que produce. Con una condición indispensable más. Ese país debe poseer los procedimientos para asumir sus detritus y reconvertirlos en elementos útiles. Debe poseer, en definitiva, la organización, la tecnología y el civismo para reciclar, una palabra tótem en la civilización de nuestros días.

Para reciclar, promover el reciclaje y aumentar la conciencia de la reutilización se celebró hace dos semanas el primer Congreso Europeo de Reciclado en Madrid, bajo la presidencia honorífica del príncipe Felipe y una cohorte de personalidades europeas. Entre ellas, varios miembros de Pro Europe, organización que reúne a todas las sociedades responsables de la recogida de envases en Europa, entre las cuales se cuenta Ecoembes, que es una sociedad anónima sin ánimo de lucro, pero con una actividad capaz de haber conectado varios millones de hogares españoles para la recogida selectiva.

Hacer como la naturaleza, reducir los residuos a cero, es hoy bueno, ideal: antes se consideraba salvaje, pero ahora es lo más civilizado que se pueda concebir
Como metáfora general, permite crear la ficción de un mundo circular y acabado. Todo lo producido tendría por destino reproducirse, todo lo creado se recrearía

Una disposición moral

Esta acción hogareña de Ecoembes logró en 1998, dos años después de su fundación, que 130.546 toneladas de basura no fueran a los vertederos. Pero esa cifra apenas significó nada en el año 2000, cuando 577.090 toneladas de envases se entregaron a las factorías, y de ellas 390.000 se convirtieron de nuevo en objetos de utilización general. Y menos significará este año 2001, cuando las teoneladas aprovechables superen las 700.000.

Usar lo usado es hoy más que un avance económico. Se trata incluso de una disposición moral.Dentro de la ética ecológica, volver a emplear lo empleado, revivir lo marchito, es imitar los estilos propios de la naturaleza, donde todo se integra en un ciclo de nacimiento, muerte y resurrección que coincide con sus estaciones. Hacer como la naturaleza es hoy bueno, ideal: antes se consideraba salvaje, pero ahora es lo más civilizado que se pueda concebir. Hacer como la naturaleza; reducir los residuos a cero. Emplear fuentes de energía natural, como el sol, el agua, el viento, y sortear las escorias. Vivir con las basuras se ha hecho insoportable y se ha acentuado la idea de limpieza, de transparencia, de purificación. Desde el blanqueo de dinero al juego limpio de la FIFA, desde la limpieza de las conductas ante la corrupción a la limpieza de las ciudades con los días sin coche. La eliminación del residuo se encuentra incluso en el espíritu de la moda retro, que actualiza lo que la historia había consumido ya .

Complementariamente, contra la producción de residuos actúan también los nuevos modos de producción industrial, que progresan cada vez más en el lanzamiento de envases de películas más finas para las latas o los tetrabricks, en la fabricación de piezas sin rebabas, en los materiales de escasa densidad. En general, la actual desmaterialización de los productos sigue la misma senda y el progreso de la nanotecnología eliminará todas las moléculas que no intervengan en el cuidado perfil de un producto.

Como metáfora general, el reciclaje permite crear la ficción de un mundo circular y acabado, pero, además, en el extremo del reciclaje se eliminaría el despilfarro, y con él, el sentimiento de culpa agregado al consumo. En el ideal, todo lo producido tendría por destino reproducirse, todo lo creado se recrearía. Podría vivirse, pues, en una abundancia sin pecado, en un placer sin mancha, puesto que cada dosis de gasto adicional podría ser recobrada.

Espíritu del tiempo

Con el reciclaje se trata de algo más que del tratamiento de residuos. Se trata del tratamiento también de las conciencias y del espíritu del tiempo. Se trata, en definitiva, de un nuevo concepto de la producción y de la materia preexistente, pero también de la moral y de la concepción del mundo. Porque de la misma manera que cada vez se encuentran mejores destinos para los productos antes marginados irremediablemente, ¿cómo no esperar que ese ánimo se extienda a la integración de los que son hoy población basura de la humanidad?

El sistema capitalista, en su evolución, presenta estas sorpresas. Hoy ya nada se destruye: ni los cartones, ni los vidrios, ni las latas. ¿Cómo no pensar en proyectar esta ética sobre el porvenir de las muchedumbres, famélicas o enfermas, ahora marginadas de la circulación?

El sistema que se adentra en el siglo XXI obtiene de este aprendizaje en el reciclaje un mágico mecanismo mediante el cual transforma la condición de las cosas, cambia la basura en un nuevo alimento; el neumático abandonado, en un bolso de moda; el pescado podrido, en el tejido del pañal de un bebé. Este mundo del nuevo capitalismo de ficción se trasluce como un sistema de actuación que transmuta sus antiguos modos de explotación y discurre hacia un porvenir de resultados fantásticos.

De esa manera, como metáfora, el reciclaje se presenta como algo más que un uso conveniente o una conducta de moda, tiende a ser la base de una nueva visión del mundo y de las cosas. Y también de nosotros mismos, porque, ¿cómo no asociar la propagación del reciclaje a la misma idea de reciclarnos a nosotros, una y otra vez, sin desfasarnos, sin ser descartados, sin morir jamás?

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