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Columna
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Zaplana, de domingo

Cinco años después de su rocambolesco desembarco en el campus, de su despecho y posterior acoso, regresó Eduardo Zaplana, en son de paz, e inauguró el nuevo curso en la Universidad de Alicante. Regresó con su gesgastada cuadrilla de cargos y cargas del PP -ya se sabe que el poder gesgasta lo suyo- y, en su discurso, pidió lealtad, una y otra vez. Tantas, que dos asistentes al solemne acto se jugaron un caldero a pares o nones de lealtades computadas. Pero ni se sabe quién ganó. Porque no hubo ni vencedores ni vencidos. En esta ocasión, se montó una escenografía con palmas, ramas de olivo y retórica de juegos florales. Y el presidente amenazó con ofrecer todo su apoyo institucional, 'para el progreso de esta Universidad'. Alguien advirtió, con pesadumbre, que cuando el presidente habla de progreso, está encendiéndole una vela al pasado. Hasta sus asesores de trucos meteorológicos conjuraron la lluvia para que le pusiera sordina a las voces del pequeño, aunque maldito coro de tunantes que repetían: Zaplana aprende, la Universidad no se vende o Zaplana y su corrillo imitan al caudillo.

Aun así, el presidente de la Generalitat llevó su propósito de enmienda y una sonrisa de conciliación al Paraninfo: Es que vamos a hacernos el camino juntos. Y ahí los quiero ver: la lealtad, el respeto y la comprensión han de presidir nuestras actuaciones, de manera que oído al parche, ¿lo tienen claro o qué? Y luego, la ternura silenciada durante la ciega confrontación, desbordó a Zaplana: 'Nada me agrada más que ver florecer a mi Universidad con prestigio', dijo, mientras barría para la Moncloa, la reforma universitaria que se tramita, tan criticada y calificada de retrógrada, por la oposición parlamentaria, y por todos los rectores españoles. Esta misma semana, Pedro Ruiz, en Valencia, ya alertó contra las consecuencias de la futura Ley de Universidades del Gobierno Aznar. Y es que la autonomía académica molesta a quienes ejercen el autoritarismo, y la erótica de la privatización y del desguace de los bienes públicos.

Previamente, el rector de Alicante, Salvador Ordóñez, en un discurso medido y bien templado, admitió la necesidad y la conveniencia del diálogo institucional, pero rechazó de plano el modelo propuesto por el Ejecutivo, 'elaborado desde la desconfianza', deficiente, 'rescatado' del pasado -que es donde incuba su futuro el PP- e incapaz de encarar la enseñanza superior y la complejidad de este siglo. Y terminó su intervención, recordando que 'la libertad es la base del conocimiento'. Tan cierto como que el conocimiento y la información son la base de la libertad. Y todas esas cosas inquietan e irritan a la derecha reaccionaria de toda la vida, que quiere controlar aquello cuanto se mueve a su aire. Claro que el prudente Salvador Ordóñez también forma parte de esos académicos progres, tan desdeñados por un José María Aznar, que también ha iniciado una caída irresistible, bajo el peso de tanto trapicheo.

La inauguración del curso académico en la Universidad lucentina tuvo la virtud de desenmascarar, una vez más, el talante intransigente del PP: cuando el rector elogió a su antecesor en el cargo, Andrés Pedreño, los populares se pusieron lívidos y guardaron un silencio temeroso. ¿De remordimiento, quizá?

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