Alegría
He sentido una profunda alegría al conocer el cierre y arresto de los dueños de dos residencias de ancianos en Colmenar Viejo.
Lo primero, porque conozco bien el olor a orina y las moscas alrededor de los ancianos, y conservo en la retina la imagen de mi tío postrado en un camastro, sin asear durante semanas, sin ser levantado y, lo más grave, estando permanentemente sedado en la de Santa Rosa de Lima.
Estos hechos, mucho más graves que el objeto de nuestra denuncia presentada contra la dueña y que está pendiente de juicio por estafa, demuestran la dejadez de las autoridades, que han tenido conocimiento de muchos de estos problemas y hasta hoy no han decidido el cierre y el arresto de estas personas.
La dueña tenía la sana costumbre de cobrarle a mi tío dos y tres recibos por mes, a nombre tanto de la residencia La Milagrosa como de la Santa Rosa de Lima, otorgando a mi pobre tío el don de la ubicuidad.
Lo más llamativo es que mi tío fue derivado desde un hospital público (Fundación Jiménez Díaz) hasta esta residencia, sin que los asistentes sociales hayan sido capaces de explicarnos por qué no avisaron a la familia, lo que facilitó estas prácticas a la dueña de las residencias, que se nutría principalmente de ancianos sin familiares.
En fin, espero que las autoridades públicas, ante la ausencia de una verdadera red de residencias públicas, no permitan que nuestros mayores vegeten y mueran en esos campos de exterminio. Mi tío no podrá alegrarse de ver a sus verdugos en prisión; apenas una semana después de sacarle de esta residencia falleció en otra residencia de Guadalajara. Descansa en paz, que nosotros ya lo hacemos.
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