Avispero
El poco interés de las organizaciones fundamentalistas Hamás y la Yihad en el alto el fuego acordado por Israel y Palestina proyecta más dudas sobre la posibilidad de que el avispero de Oriente Próximo, en estado puro, sea en realidad el motivo de los atentados de Nueva York y Washington. Es evidente que el integrismo no nació en este conflicto, cuya raíz engordó en la tragedia del nazismo y en la incomprensión de varias naciones europeas hacia los judíos. Ni tan sólo fue una consecuencia del encarnizamiento de este choque tan complejo, que no ha cesado de suministrar víctimas en uno y otro bando desde hace casi medio siglo. El fundamentalismo islámico contemporáneo surgió, ¿será necesario recordarlo?, en la antigua Persia, donde, con la bendición del Sha, había prosperado una élite occidentalizada a costa de la extrema miseria del resto de la población. Tras el derrocamiento de Reza Pahlevi, el nuevo Irán del ayatolah Jomeini se empleó a fondo en exportar la revolución islámica por todos los escenarios inestables, pero sobre todo, en financiarla con los suculentos recursos petrolíferos. A partir de ese momento, algunos jeques confundieron el Islam con el odio a occidente, y en sus manos la religión llegaría aconvertirse en un macabro juego de rol. En este contexto, el conflicto palestino-israelí, siendo el punto más caliente del planeta, se presentaba para el integrismo como un apetecible laboratorio en el que sacar provecho y proyectarse al resto del mundo islámico. Desde entonces, la autoridad de Yasir Arafat en Palestina ha sido minada sistemáticamente por estos grupos con el único objeto de anular su supremacía ante el pueblo palestino, hasta el extremo de situar al dirigente de Al Fatah entre dos fuegos, provocar casos de corrupción en sus gobiernos y poner palos en la rueda del complicado proceso de paz. Para esto, el integrismo ha contado con complicidades muy sospechosas desde aquellos países de Oriente Próximo que, instalados en el feudalismo, no tienen ningún interés en que triunfe en la zona el ejemplo de un país democrático (Palestina) en el que los hombres y las mujeres sean libres y puedan organizarse sin que se interponga la voluntad de un jeque, un ulema o un imam.
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