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Crónica
Texto informativo con interpretación

Caballero y El Juli triunfan

Qué felices se las prometían los reventas. En su día rompieron la hucha, madrugaron para ponerse a la fila y hacer acopio de material. Nada podía fallar. La ciudad en fiestas, el día espléndido y toreaba El Juli. Ni por éstas: a falta de 15 minutos para el comienzo del festejo estaban ofreciendo el papel a su precio y con riesgo. La policía estaba por todas partes. Cuando en el interior de la plaza se escuchó el clarín que indicaba el comienzo del paseíllo, los reventas pusieron el cartel de rebajas.

No fue ésta la única ruina. Faltaba la populista. A tal efecto y ante el aumento de clientes en los tendidos se procedió a la entrega de pañuelos blancos a todos los que accedían al coso. Qué más quiere el ciego que ver. Los que aplauden hasta a los aguacilillos estaban como locos. A la mínima los tendidos parecían una suelta de palomas. Blancas, por supuesto. Todo estaba preparado para los que iban a triunfar.

Manuel Caballero observó impávido cómo su primer enemigo, por culpa de desastrosa lidia, más propia de capea de pueblo que de plaza de categoría, arrolló a su peón Gonzálo González, que pasó a la enfermería con una cornafa grave. El animal no tuvo la culpa. Él se llevó por delante lo que le pusieron. De puro bueno era tonto. Aprovechó Caballero tanta bondad para hacer una decorosa faena con ambas manos, que le valió grandes aplausos y petición de oreja al poner el punto final con la espada.

Otras hechuras lució el capote del diestro albaceteño en el saludo por verónicas al cuarto de la tarde. Faena entonada, trayéndose el toro a la cadera, pero sin exageraciones. Fundamentada con la mano derecha. Bajó el tono al natural.

Morante, como el segundo de la tarde salió con más pies de lo acordado en el contrato, ordenó una sangría en varas. Percatado mediada la faena del buen viaje de la res por el pintón izquierdo firmó tres series con gusto y ritmo, pero olvidándose en el remate. En el quinto, abúlico, no quiso ver al toro, un inválido total al que el presidente debió devolver a los corrales.

A El Juli debieran de otorgarle un nuevo alias: Julián López, El Torbellino. Todo lo quiere hacer, todo lo dirige, pero a la velocidad del rayo, como si tuviera prisa por terminar la temporada en España, porque en las Américas le quedan un porrón. Alguien dijo que el toreo es quitud. Bueno, según ese, El Juli no torea. Esto no es óbice para que El Juli triunfe. Profesional donde los haya. Su disposición, variedad y conocimientos le permiten estár sobrado con el medio toro que se exige para estas ferias. Llenó sus lidias y faenas de toda clase de suertes. Todo con valor y criterio, pero con falta de hondura.

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