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Crónica:RONDA | LA LIDIA
Crónica
Texto informativo con interpretación

José Tomás hizo el milagro

Serían las 19.10 cuando, a media luz, José Tomás y el toro compartían soledad en el centro del gran anillo de la plaza de Ronda. Se empeñaba el madrileño en citar al natural, de largo, dando distancia y ofreciendo el medio pecho; de repente, con violencia, el toro se arranca en zigzag, imitando el recorrido de la serpiente, hacia afuera, hacia dentro, en una búsqueda que pone la angustia en la garganta porque la cabeza presiente la cogida: en mitad del grito, José Tomás, sin mover un músculo, sin dar un toque, mete la violencia en la muleta y la vacía inverosímilmente, sin otra explicación que el milagro torero, porque no había tiempo, ni terreno, ni posibilidad. La plaza tardó segundos en reaccionar y muchos más segundos en bajar las manos de la cabeza para aplaudir enloquecida.

Desde ese momento, el toreo fue de seda, perfecto en los naturales, especialmente en una serie, así como en un remate por bajo tras el último natural de otra, en los pases por alto y en los ayudados por bajo. José Tomás, con un solo pase, mandó al resto de la torería al andamio. Puede que no se repita, pero quien lo ha visto, quien ha sido testigo del milagro, sabe que la polémica no tiene sentido y que tampoco cabe la duda. El toreo es así, a la antigua, a la eterna, haciendo más que los demás y lo que los otros no pueden.

En el segundo, cascarilla: tal cual natural, último de serie, bien ligado, y gracias. Lo grande vino en el quinto.

Del amplio abanico de verónicas que Rivera Ordóñez lució en su lote hay que decir que las hubo marcando las afueras; otras, atrasando la pierna; otras, en fin, a pies juntos, medias de costadillo... En tan extenso catálogo sólo se echó a faltar el lance a compás abierto cargando la suerte. Al cuarto lo recibió con una larga cambiada, que hubo de mutar en cuerpo a tierra al parársele el toro primero y venirse cruzado después. Como tiene casta, repitió lance en mejor situación. Con la muleta, poco que hacer había en su primero, que se rajó enseguida al abrigo de las pilastras de piedra. Rivera templó en el inicio de faena, para seguir largando trapo hacia afuera por el lado izquierdo o marcando el viaje con el pico de la muleta por el derecho, hasta diluirse la faena, que fue rematada con dignidad.

Morante pasó de puntillas en el tercero y se esforzó en dos series de redondos en el sexto; faltó continuidad en la faena tanto como en el remate.

En la tradicional corrida goyesca, el paseíllo fue de tiempos modernos, incluso premonitorios, ya que se realizó sin picadores. Ni falta que hacían. Lo malo es que tampoco salieron las mulillas y todo hacía presagiar un laborioso arrastre a brazo; menos mal que todo se arregló y salieron los imprescindibles mulilleros y los prescindibles picadores. Ésta puede ser una original manera de enlazar el pasado con el presente, pero la única manera de proyectar el futuro es atenerse a los cánones de la autenticidad, que en la tarde de ayer fue encarnada por José Tomas. Sólo con la emoción, el toreo puede tener futuro; sólo con el reconocimiento explícito de que lo que se hace en el ruedo es superior e impensable, además de poco predecible. Ésta no es sino la rama eterna del arte, que se tiene que traducir en valentía y en estremecimiento del público.

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