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Columna
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Chimpancé

Si fuera cierto que el alma se instala en el organismo humano en el instante preciso de la fecundación, ahora mismo en los laboratorios de todo el mundo habría millones de almas aleteando sobre otros tantos millones de embriones que se conservan bajo cero. Si se creara un sistema para que estas almas pudieran permanecer hibernadas indefinidamente sin que se alterara ninguna de sus potencias, hay que imaginar qué sucederá cuando uno de estos embriones con su alma respectiva se inserte en el útero de una mujer dentro de medio millón de años y después de nueve meses de embarazo se presente en aquella sociedad un individuo de nuestro tiempo con el nivel actual de información genética. Se supone que entonces la humanidad estará increíblemente evolucionada. Cada vez los niños nacen más despiertos, pero también es cierto que esas criaturas que a tan tierna edad son capaces de excitar a un ordenador con sus dedos de rosa, a los 17 años mean en la calle las noches del sábado con un botellón de cerveza en la mano. No se sabe cual de estos dos caminos tomará la evolución humana: si el de subida hacia la inteligencia sensible o el de bajada hacia el común de los cerdos. Puede que dentro de medio millón de años el mundo esté poblado de ángeles matemáticos con un cráneo enorme en forma de pirámide. En este caso el ser que nazca con nuestra alma será para ellos una especie de chimpancé. Pero también puede suceder lo contrario. Si la humanidad se embrutece un poco más cada día , llegará un momento en que este planeta estará cubierto de seres hormonados, con el seso de hormiga, que después de sustituir las antiguas palabras por nuevos gruñidos, no harán otra cosa que aparearse y mear con un botellón de cerveza en la mano en una inacabable noche de sábado. Si entonces nace una criatura con nuestra alma, puede que por fuera se semeje a un chimpancé y quieran hacerlo esclavo, pero, de pronto, ese primate se levantará en un escenario y comenzará a recitar el monólogo de Hamlet o tal vez se construirá un saxofón y tocará una balada de John Coltrane o proyectará la imagen de la Primavera de Boticelli o preparará todavía una ensalada de tomate con anchoas y aceite virgen de oliva, mientras invita a aquellos salvajes descubrir de nuevo la belleza del álgebra. Si esto llega a suceder, tal vez a ese mono lo tomarán por un dios salido de un laboratorio para redimir a la humanidad.

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