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A PIE DE OBRA
Columna
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Variedades

Marcos Ordóñez

- Acotaciones. La mejor nos la ofrece Shakespeare en Cuento de invierno (acto III, escena tercera). Acaba el monólogo de Antígonus y leemos: 'Sale, perseguido por un oso'.

- Admiradores. A la salida de una función del Lliure, una viejecita se acerca a Anna Lizaran y la abraza. '¡Oh, Anna! ¡Oh, qué función! ¡Menuda función!'. La actriz le pregunta: '¿Le ha gustado?'. La viejecita menea la cabeza: 'En absoluto'.

- Ayer (función de). O, también, 'ensayo general con todo'. Siempre mejores que la noche del estreno. 'Ah, si hubieras venido la noche del ensayo general. ¡Parecía que volábamos!'. 'Ah, si hubieras visto la función de ayer...'.

- 'Deadline'. François Truffaut decía que cuando a un niño le preguntan 'qué vas a ser de mayor' nunca responde 'voy a ser crítico', y es muy probable que tuviera razón. Yo entiendo la crítica como una especie de dietario; como un contarse a sí mismo y, de paso, a los demás, lo que te ha emocionado, o divertido, o indignado. De pequeño estaba bastante más loco que ahora, de modo que entre los 12 y los 15 años comencé a escribir críticas para periódicos imaginarios. Salía de ver un espectáculo que me había maravillado y necesitaba contárselo a alguien; sentarme a escribir mis impresiones apresuradamente, como si ese periódico imaginario estuviera a punto de cerrar su edición.

François Truffaut decía que cuando a un niño le preguntan 'qué vas a ser de mayor' nunca responde 'voy a ser crítico', y es muy probable que tuviera razón. La crítica es un contarse a sí mismo, y de paso a los demás, lo que te ha emocionado, divertido o indignado

A ese tipo de crítica, escrita a vuelapluma al acabar un estreno, los norteamericanos la bautizaron como deadline. De hecho, como tantas otras cosas en el mundo del periodismo, la inventaron ellos. Yo sigo practicando, en cierta manera, el deadline, aunque no me haga ninguna falta: las notas esbozadas en desorden a la salida de un espectáculo para intentar mantener una cierta tensión en la escritura, y para conservar también las emociones en caliente de lo que acabo de ver, a sabiendas de que lo que escriba aparecerá una semana más tarde y con esas emociones convenientemente retocadas, tamizadas, calmadas. Escribiendo en deadline vuelvo a jugar, como cuando era un crío; vuelvo a sentirme un poco como Joseph Cotten en Ciudadano Kane, acabando su crítica mientras Orson Welles espera, impaciente, en el despacho de al lado. Puedo imaginarme, en esa comedia, en ese juego cien por cien teatral, a los cómicos esperando en cafés muy lejanos, La Luna de Barcelona, la Chocolatería de San Ginés en Madrid, Elaine's en Broadway, corriendo luego a comprar el periódico recién amanecido, casi con aroma de pan recién hecho.

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En Confessions of the butcher of Broadway, la despedida de Frank Rich tras 15 años de ejercicio, el ex crítico teatral del New York Times cuenta que el deadline, usual durante las décadas de 1930 y 1940, desapareció de Broadway a principios de la de 1960, para ser sustituido por la reseña tras el preestreno. Los críticos estaban cansados de ir a la carrera, y los cómicos tenían la sensación de que las reseñas escritas en deadline tenían un peligroso perfil de sentencia. David Merrick, el mítico productor de Hello, Dolly! y Oliver!, que siempre colocaba un signo de admiración tras todos sus títulos a modo de talismán (hasta que dejó de funcionarle), trató de reimplantar el deadline por una noche, la del revival de La calle 42, buscando quizá también la coincidencia de fondo y forma, para que los críticos se sintieran parte de un Broadway perdido; para que se creyeran, por una noche, un poco Ben Hecht, un poco Alexander Woollcott. Yo quisiera jugar a escribir siempre en deadline.

- Logro. Conseguir que, sin apenas darnos cuenta, reevaluemos nuestras primeras impresiones sobre los personajes; que no elevemos, como los abogados, nuestras conclusiones provisionales a definitivas, me sigue pareciendo uno de los logros mayores de un dramaturgo.

- Mejoras. Hay actores o directores que no mejorarán nunca porque creen que no lo necesitan: basta oírles hablar de sí mismos esgrimiendo cifras y porcentajes de ocupación. Es un trabajo perdido esperar nada de ellos. Como decía la lúcida Madame de Merteuil, 'on acquiert rarement les qualités dont on peut se passer'.

- Peligro. Ese actor joven llegará lejos: sabe 'ponerse en peligro'.

- Segunda función. La función del día que sigue al estreno. Para los actores, siempre mala, según una antigua superstición. Para el director no, porque ya suele haberse largado. Habría que suprimirla y pasar directamente a la tercera.

- Sensualidad. Lo más difícil de encontrar en teatro: un actor con sensualidad de actriz. No basta, obviamente, con ser homosexual: esa cualidad no siempre viene en el lote. Se requiere, como dijo Ken Tynan de la Dietrich, que el actor tenga 'sex but no gender'. Un ejemplo: Adrian Lester, Rosalind en el montaje de As you like it dirigido por Declan Donnellan.

- Telegrafiar. En jerga teatral, dícese del actor que se empeña en mostrar al público lo que piensa de su personaje, la opinión que le merece. Cuanto más lo hace, menos nos interesa, como un cómico que se ríe de sus propios chistes. (Continuará)

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